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Los días pasaron y la abuela de Saint, recibía muchas visitas de sus vecinos y alguna que otra amiga, por lo que esta se veía muy bien y ya casi recuperada.

Sin embargo estaba su problema de corazón, el cual había dado algún que otro susto pero estaba más que controlada y con la medicación que los médicos y enfermeras le daban la hacían sentir mucho mejor.

Saint acudía a diario a pasar un ratito con ella y el resto del día lo dedicaba a buscar trabajo por las calles de la cuidad con el periódico bajo su brazo,  en el cual había marcado previamente algunos anuncios interesantes en los que se ofrecía algún tipo de empleo que él podía desempeñar.

Aunque cuando este llegaba a la entrevista, los demandantes se excusaban diciéndole que ya habían contratado a alguien más, también que era muy joven para el puesto o que no tenía experiencia.

Tras unas do semanas, este ya estaba harto pues le era imposible encontrar un trabajo en esa ciudad, estaba cansado de caminar y tenía mucha sed, así que una tarde paró su búsqueda y entró en una cafetería de aspecto muy deteriorado.

El suelo estaba descolorido y las paredes tenían algunas manchas de humedad, aunque para él estaba bien pues no podía permitirse los sitios lujosos.

Este se sentó en una mesa y miró a su alrededor, donde vio que en las demás mesas había varios ancianos jugando a las cartas y en la barra algunas personas más jóvenes tomándose algo.

Ante él apareció una señora con el pelo blanco y con una encantadora sonrisa, aunque su rostro reflejaba su cansancio.

-Buenas, ¿qué se te ofrece jovencito?

—Oh, una cola y un bocadillo de chorizo, por favor.

Mientras la mujer se lo traía, él siguió buscando entre los anuncios del periódico pero era una tarea inútil y murmuraba bajito cada vez que pasaba la página, maldiciendo su suerte por no encontrar nada decente.

Unos hombres bien vestidos con trajes que parecían bastante caros y maletines en sus manos, entraron entonces para hablar con la señora pero poco después, estos discutían acaloradamente con la mujer y luego salieron muy enfadados del local.

Esta finalmente le trajo a su pedido, la pobre estaba temblando y parecía estar a punto de desmayarse, el plato con el bocadillo temblaba en su mano y casi se le cae la cola al suelo, gracias a los rápidos reflejos de Saint que la sujetó y la sentó en una silla.

Esta estaba como ida, los demás clientes se acercaron para ayudarla también y uno de los ancianos dijo que los tipos esos eran unos chupasangre, querían comprarle el local a la pobre mujer, querían derribarlo para construir oficinas y para ello no dudaban en presionarla para que se lo vendiera.

La señora reaccionó y le contó a Saint que esa cafetería fue de su abuelo, luego había pasado a su padre y por último a ella.

Dios no le había dado hijos así que no tenía a quien dejársela pero tampoco la iba ha regalar a cualquiera.

Ella sabía que la cafetería necesitaba muchos arreglos pues el paso de los años la habían deteriorado mucho, pero se negaba a que fuese derribada.

Ese local era parte de la historia de su familia, parte de la historia de la ciudad y a Julieta, que así se llamaba la señora, Saint le pareció un buen muchacho y por eso le contó todas estas cosas.

A ella le gustaría que la persona que le comprase el local lo mantuviera abierto aunque lo modernizase un poco, no le parecería mal pero derribarlo nunca, no lo permitiría y lucharía mientras le quedase aliento.

18. Amantes silenciados - Zaintsee TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora