El reloj daba las doce de la media noche y él se hallaba aún en la oficina cuando su celular sonó. El teniente le llamó para darle un caso sobre un homicidio perpetrado entre las nueve y las diez de esa misma noche, en la casa de una familia conformada por cinco personas.
La policía local se hallaba presente en el lugar de los hechos y, según los detalles que le dió el teniente, este caso estaba técnicamente resuelto.
Un cadáver en una de las habitaciones de la casa y un único testigo presente al momento del asesinato. Aunque éste testigo fuese hermano de la víctima, eso no lo excluía de ser el asesino, pues no sería el primer caso de fractricidio, y lamentablemente tampoco sería el último.
El detective Emeth Dunkel, de apenas 27 años de edad, era el más reconocido de su división, tanto por ser el hombre en graduarse más joven (a los 20 años), como por ser el mejor al momento de resolver casos.
Durante su adolescencia, Emeth no dejaba de sorprender a sus profesores de secundaria, pues su mente trabajaba de forma brillante y rápida ante situaciones analíticas que incluso a un profesional le tomaría bastante tiempo resolver. Así mismo, la Bundeskriminalamt no tardó mucho en darle mano a tan admirable talento cuando el chico apenas cumplía los 17 años de edad, siendo así que tres años más tarde él se graduaría de detective.
Desde entonces no había caso que él no pudiera resolver. Emeth había basado casi toda su vida en identificar expresiones, tonos de voz y reacciones ante cada situación que pudiese presentarse bajo cualquier circunstancia, y eso mismo lo había llevado a ser muy bueno identificando mentiras.
Este caso sería pan comido para él, solo debía hacer que el sospechoso declarara su culpabilidad, pues era evidente que solo podía ser él quien había cometido el crimen.
Emeth iba vestido con un jean negro, unos zapatos casuales de cuero también negros, una franela azul oscuro, y sobre ésta una chaqueta de cuero negra. La rutina de ejercicios diarios que empleaba mantenía su cuerpo fornido, con una musculatura notoria incluso bajo la ropa. Su cabello castaño oscuro y en bucles le caía a la altura de las cejas también castañas, y éstas a su vez hacían juego con unos ojos verde, intensos a pesar de la escasa luz de la oficina. En sus mejillas había un muy escaso rastro de pecas sobre la piel blanca.
El detective se subió en su auto, un Suburban 2016 de color negro, y emprendió el rumbo hacia el lugar de los hechos.
Luego de mostrar su placa a los oficiales encargados de evitar el paso de fisgones por el lugar, el detective se dirigió hacia el interior de la casa. Ésta era de dos pisos, pintada por dentro de un hermoso color arena, pero más que llamarle la atención los bonitos cuadros que adornaban las paredes, el detective se vió atraído por una persona en particular.
A la derecha de dónde el detective se hallaba había una puerta de madera pintada con barniz, abierta, que daba una visión hacia lo que parecía ser el comedor de aquel recinto. En aquel comedor se podía ver una mesa justo en medio del lugar, y sentados al rededor de ésta habían cuatro personas.
La primera era una mujer rubia de quizá unos treinta años, que sollozaba sin parar con la cabeza recostada sobre el hombro de un hombre fornido, también rubio que parecía dar unas palabras de aliento a la mujer y a su vez intentaba contener el llanto. Al otro lado del hombre había un chico rubio, un adolescente, quien tenía los párpados rojos e hinchados de tanto llorar, y aún corrían las lágrimas por sus mejillas. Al otro lado de la mesa, frente a éstas tres personas se hallaba un chico muy bien parecido, pero totalmente diferente a los otros tres, a quienes por sus rasgos Emeth dedujo que eran familia. Éste último tenía el cabello negro y liso que le caía a cada lado de la cara, una piel blanca, casi pálida, y unos ojos verdes un poco faltos de color.
Fue éste último chico quien llamó por completo la atención del detective, pues éste no parecía haber si quiera derramado una lágrima, y su vista se paseaba de un lado a otro, como si se hallase sumergido profundamente en sus pensamientos. "Ha de ser algún vecino", pensó el detective, pero si aquello era verdad, aún faltaba un familiar en la escena.
Guiado por uno de los oficiales, el detective Dunkel subió hasta el lugar donde ocurrió el crimen. Una habitación de paredes verdes, dentro de la cual se hallaba la forense Maggie tomando fotos de la escena. En la cama se hallaba el cadáver de un chico rubio, adolescente, y el detective supo de inmediato que el chico rubio que había visto en la sala no podía ser nada menos que gemelo de la víctima.
– ¿Que tienes para mí, Maggie? – preguntó el detective acercándose hacia la forense.
Era una mujer de unos 30 años, cabello negro y liso, piel blanca y ojos azules. La expresión de confusión y preocupación que marcaba su rostro restaba un poco de hermosura al mismo.
– El asesinato ocurrió entre las nueve y las diez de la noche. La madre del chico encontró el cadáver y lo reportó apenas hace una hora, pero dice que en la habitación se hallaba su otro hijo, quien asegura haber visto lo sucedido y dice que había alguien más – la mujer se acercó hacia el cadáver, y el detective la siguió –. Por lo que se ve le clavaron un cuchillo, de unos siete o diez centímetros quizá, así como entro el cuchillo, así salió. Quien quiera que lo haya hecho lo hizo muy limpiamente, como un profesional, pues no hay rastro alguno de maltrato en la piel del chico. No hay golpes, así que no forcejeó.
– Podría ser un indicio de que la víctima conocía a su asesino, sino por qué otra cosa dejaría que un desconocido se le acerque a tan altas horas de la noche, dentro de su habitación.
– Lo mismo pensé. Lo cierto es, y lamento decepcionarte – la expresión de preocupación se intensificó en el rostro de la forense –, que no hay nada. No hay rastro del arma homicida, no hay huellas, no hay rastro de sangre más que la que sale directamente de la herida, no hay rastro de que hallan forzado la puerta o la ventana...
– ¿Me estás diciendo que no tenemos absolutamente nada que nos dé un indicio de que alguien haya asesinado al chico? – el tono del detective denotó un poco de furia.
– Nada, al menos por el momento – respondió la forense –. Apenas te lleves a los sospechosos para interrogarlos, los oficiales harán un barrido del lugar, pero no puedo asegurarte que encuentren algo.
– Si lo que me dices es cierto, los sospechosos podrían ser toda la familia
– Lo sé – dijo la forense, y puso una mano en el hombro del detective –. Me temo que esto será un poco difícil, pues si estoy en lo cierto, más que un profesional estamos tratando con un veterano, así que incluso si lo tuvieras enfrente sería difícil identificarlo.
– No hay nada imposible, y confío en mis habilidades – dijo el detective apartándose de la chica –. En cuanto a la familia, me informaron que era una familia de cinco, y abajo solo ví a tres personas rubias muy parecidas y a un cuarto de cabello negro.
– Ese es el cuarto familiar que buscas, y es precisamente ese chico el que vió todo lo sucedido, así que supongo que será él el principal sospechoso.
– De eso me encargaré yo – dijo el detective, pero si voz sonó tan indiferente que temió haber sonado muy drástico –. Muchas gracias por toda la información Maggie, sé que siempre puedo contar contigo – y le guiñó un ojo.
– Sabes que así es – dijo ella, dedicándole una sonrisa.
El detective Dunkel, bajó hacia la sala para dar la orden a algún oficial de llevarle a los testigos hasta el departamento. Su mente trabajaba rápidamente buscando soluciones al problema que se le presentaba. Antes de salir de su oficina pensaba que el caso técnicamente estaba resuelto, pero al oír las noticias de la forense comprendió que las cosas se tornaban difíciles, pues debía interrogar a toda la familia y podría correr el riesgo de que los sentimientos y lazos que unían a aquellas personas los llevaran encubrirse entre ellos. Pensar en ello como un desafío arrancó una sonrisa al detective. Él amaba los desafíos.
Luego de dar la orden de llevar a los sospechosos hasta el departamento, Emeth Dunkel salió hacia fuera de la casa. La brisa gélida golpeó su rostro como la suave bofetada de un muerto, "irónico" pensó.
Sacó su celular del bolsillo y vió la hora: 00:55. "Esta será una larga noche", pensó.