Capítulo 24: "El pasado de Levi"

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Los recuerdos más antiguas que Levi guardaba en su memoria, eran de él mismo sentado en el suelo encadenado a la pared, recordaba el frío, la soledad de no hablar con nadie en meses, de ser completamente invisible. Siempre estaba oscuro, ni siquiera el sol que entraba por la ventana podía iluminarlo todo, de ahí nacio su miedo a la oscuridad. No era nadie en ese entonces. Su mente era un pozo sin fondo, completamente en blanco. Solo sabía que estaba vivo porque el hambre dolía.

Todos los días eran exactamente iguales en su memoria. Alguien abría la puerta de metal y dejaba una bandeja con avena y agua, a veces había pan y era todo. No lo miraban, no le hablaban. No era nadie.

¿Desde cuándo estaba ahí? Tal vez toda la vida, nunca antes había salido, su única conexión con el mundo exterior era una pequeña ventana en lo alto de la pared ¿Qué había afuera de esas cuatro paredes? ¿Había más personas aparte de él? ¿Cómo se verían?

La curiosidad era algo que solo las personas libres tenían el derecho de satisfacer. Y él, en definitiva, no era alguien libre.

Su rutina fue interrumpida el día en que conoció a Jerico, o mejor dicho, cuando el joven alfa lo encontró, ese día, fue la primera vez que una persona se dirigió directamente a él. Fue la primera vez que abrió los ojos y oídos al mundo, la primera vez que dejó de ser invisible. Aún se preguntaba, si hubiera sido mejor quedarse siendo invisible que ser el enfoque de las personas incorrectas.

Aprendió a hablar imitando lo que decía Jericó, dejó de guiarse por sus instintos y comenzó a ser una persona. Claro, el pequeño alfa tenía un vocabulario lleno de malas palabras que también aprendió a imitar.

El chico siguió visitando su ventana día tras día, hacía preguntas que no sabía cómo responder y le dejaba una que otra prenda de ropa para aguantar el frío. Le hablaba de él, del mundo en general y llenaba cada vez más su curiosidad, como un vaso con agua que estaba a punto de derramarse. Era inevitable.

Jerico le enseñó los nombres de los colores, a contar con los dedos, le enseñó sobre las montañas, ríos, bosques, árboles, animales, fuego, comida. Todo eso eran cosas que nunca había visto, pero que haría lo que fuera por conocer.

Un día en particular, Jerico lo visitó con un moretón en la mejilla y el labio inferior lastimado.

- Pregunte a mi padre por ti, me prohibió volver a venir pero no le haré caso, ¿No quieres salir? Debes estar harto de estar todo el día aquí como un pajarito en una jaula.

Pajarito, era el apodo que había recibido del joven alfa.

Quiso responder que si, que deseaba salir más que nada, pero no sabía como. Aún le costaba entender las palabras.

Respondió con un gruñido bajo. Como un animal salvaje.

- ¿Sabes? Creo que eres mudo, los mudos no pueden hablar. Papá dice que los omegas deben ser callados y obedientes, como mi mamá, pero a ti nunca te he escuchado decir nada. Supongo que tienes suerte

¿Omega? ¿Que era un omega?

- La próxima vez, traeré un libro, si no puedes hablar, puedes escribir

Y tal y como prometió, Jerico trajo consigo aquello a lo que llamaba libro, lo tiro a la celda por la ventana y permitió que el niño albino lo olisqueara. Tenía uno igual en sus manos enguantadas.

- Ábrelo en la primera página

Con extrañeza lo abrió, sintió la textura extraña entre sus dedos y tiró de ella arrancando la hoja, se la metió a la boca y mastico viendo directamente los ojos del otro niño.

Profecía De Un Omega (Pausada) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora