CAPITULO I

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Will Graham hizo sentar a Crawford junto a una mesa de picnic, entre la casa y el océano, y le ofreció un vaso de té helado.

Jack Crawford miró la casa vieja y simpática cuyas maderas cubiertas de litre plateado resplandecían en la diáfana luz.

—Debí haberte agarrado en Marathon cuando salías de trabajar —dijo Crawford —. No querrás hablar de este asunto aquí.

—No quiero hablar de eso en ninguna parte, Jack. Tú tienes que hacerlo, de modo que adelante. Pero no se te ocurra mostrarme ni una sola fotografía. Si trajiste algunas, déjalas en tu portafolio, Molly y Willy volverán pronto.

—¿Qué es lo que sabes?

—Lo que publicaron el Herald de Miami y el Times —respondió Graham—. Dos familias asesinadas en sus casas con un mes de diferencia. Una en Birmingham y otra en Atlanta. Las circunstancias eran similares.

—Similares no. Las mismas.

—¿Cuántas confesiones hasta ahora? —Ochenta y seis cuando llamé esta tarde —manifestó Crawford—. Todos locos. Ninguno conocía los detalles. Destroza los espejos y utiliza los pedazos rotos. Ni uno solo lo sabía.

—¿Qué otra cosa les ocultaste a los periodistas? —Que es rubio, diestro y realmente fuerte, calza zapatos número cuarenta y cinco. Un verdadero Hércules. Las impresiones son todas de guantes de goma.

—Eso lo dijiste en público.

—No es muy hábil con las cerraduras —comentó Crawford—. Utilizó un corta vidrio y una ventosa de goma para entrar en la última casa. Ah, su sangre es AB positiva.

—¿Lo hirió alguien?

—Hasta ahora no lo sabemos. Analizamos su semen y saliva. Abundan sus secreciones —Crawford contempló el mar calmo—. Will, quiero hacerte una pregunta. Lo leíste todo en los periódicos. El segundo caso fue ampliamente comentado en la televisión. ¿Se te ocurrió alguna vez llamarme?

—No.

—¿Y por qué no?

—Al principio no había muchos detalles del primer caso, el de Birmingham. Podía haber sido cualquier cosa, una venganza, un pariente.

—Pero supiste de qué se trataba después del segundo.

—Sí. Un psicópata. No te llamé porque no quise. Ya sé con quién trabajarás en este caso. Cuentas con el mejor laboratorio. Con Heimlich en Harvard, Bloom en la Universidad de Chicago...

—Y te tengo aquí a ti, arreglando unos malditos motores de lanchas.

—No creo que fuera de mucha utilidad, Jack. Ya no pienso más en eso.

—¿De veras? Atrapaste a dos. Los dos últimos que tuvimos los atrapaste tú.

—¿Y cómo? Haciendo las mismas cosas que haces tú y los demás.

—Eso no es del todo cierto, Will. Es la forma en que piensas.

—Creo que se han dicho muchas estupideces sobre mi modo de pensar.

—Llegaste a conclusiones sin que nunca nos explicaras cómo lo hiciste.

—Las pruebas estaban a la vista —respondió Graham.

—Seguro. Seguro que estaban a la vista. Y después aparecieron muchas más. Antes del arresto teníamos tan pocas que difícilmente hubiéramos podido continuar.

—Tienes la gente necesaria, Jack. No creo que yo pueda mejorar en nada el equipo. Me mudé aquí para alejarme de todo ese ambiente.

—Lo sé. La última vez te hirieron. Ahora pareces estar bien.

El Dragón Rojo (Novela de Thomas Harris)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora