—Creo que la tocó —afirmó Graham al saludarlo.
Crawford le alcanzó una gaseosa de la máquina en la sede central de la policía de Atlanta. Eran las 7.50.
—Por supuesto, la movió de un lado a otro —respondió Crawford—. Tenía marcas en las muñecas y detrás de las rodillas. Pero todas las impresiones que se encontraron en el lugar son de guantes no porosos. No te preocupes, Price y allegó, viejo rezongón. En estos momentos está camino de la funeraria. La morgue entregó anoche los cuerpos, pero la empresa de pompas fúnebres no ha hecho nada todavía. Pareces agotado. ¿Dormiste algo?
—Una hora, quizá. Creo que la tocó sin los guantes.
—Espero que tengas razón, pero el laboratorio de Atlanta jura que usó todo el tiempo guantes de cirujano —insistió Crawford—. Los pedazos de espejo tenían esas impresiones lisas. El índice en la parte posterior del trozo incrustado en la vagina, un pulgar borroneado en la parte anterior.
—Lo repasó después de haberlo colocado, posiblemente para poder ver su asquerosa cara —dijo Graham.
—El que tenía en la boca estaba teñido de sangre. Como los de los ojos. En ningún momento se quitó los guantes.
—La señora Leeds era una mujer bonita —señaló Graham—. ¿Viste las fotos de la familia, verdad? En circunstancias íntimas a mí me habría gustado tocar su piel ¿a ti no?
—¿Íntimas? —Crawford no pudo evitar a tiempo un matiz de repugnancia en su voz. Súbitamente empezó a hurgar en sus bolsillos en busca de cambio.
—Íntimas; era algo privado. Todos los demás estaban muertos. Podía permitirse que tuvieran los ojos abiertos o cerrados, a voluntad.
—Como le diera la gana —asintió Crawford—. Inspeccionaron por supuesto su piel para ver si encontraban impresiones digitales. Nada. Consiguieron una borrosa de una mano en el cuello.
—El informe no mencionaba que se hubieran revisado las uñas.
—Supongo que estarían tiznadas cuando sacaron muestras de la piel. Las raspaduras se hicieron solamente en las partes de las palmas lastimadas por las uñas. No lo arañó.
—Tenía bonitos pies —agregó Graham.
—Así es. Vayamos arriba —sugirió Crawford—. El ejército ya debe de estar en pie de guerra.
Jimmy Price tenía un equipo considerable: dos cajas pesadas además de la bolsa con su cámara fotográfica y el trípode. Su entrada por la puerta del frente de la empresa funeraria Lombard de Atlanta fue sumamente ruidosa. Era un hombre viejo de aspecto débil y su humor no había mejorado luego de un largo viaje en taxi desde el aeropuerto en medio del veloz tráfico matinal.
Un solícito joven con un elaborado peinado lo hizo pasar a una oficina pintada de color damasco y crema. El escritorio estaba vacío a excepción de una escultura llamada « Las Manos Orando» .
Price examinaba las puntas de los dedos de las manos en posición de oración cuando el propio señor Lombard entró. Lombard verificó las credenciales de Price cuidadosamente.
—Recibí por supuesto una llamada de su oficina de Atlanta, o agencia o como se llame, señor Price. Pero anoche tuvimos que recurrir a la policía para sacar aun molesto sujeto que trataba de sacar fotografías para el National Tattler, por eso debo obrar con mucho cuidado. Espero que usted me comprenda. Señor Price, ala una de la mañana nos entregaron los cuerpos y el funeral se llevará a cabo esta tarde a las cinco. No podemos retrasarlo de ninguna forma.
ESTÁS LEYENDO
El Dragón Rojo (Novela de Thomas Harris)
Mystery / ThrillerSin una razón de peso, el agente especial Jack Crawford no habría turbado la apacible existencia y el anonimato de Will Graham, el hombre que había conseguido desenmascarar al psicópata doctor Lecter, más conocido en los medios de comunicación como...