El doctor Frederick Chilton, jefe de personal del hospital estatal de Chesapeake para criminales insanos, dio la vuelta a su escritorio para estrechar la mano de Will Graham.
—El doctor Bloom me llamó ayer, señor Graham, ¿o debo llamarlo doctor Graham?
—No soy médico.
—Fue un placer hablar con el doctor Bloom, hace años que nos conocemos. Siéntese ahí, por favor.
—Agradecemos su ayuda, doctor Chilton.
—Para serle franco, hay veces en que me siento más bien el secretario que el custodio de Lecter —dijo Chilton—. La nutrida correspondencia que recibe es de por sí una molestia. Creo que entre ciertos investigadores se considera de buen tono cartearse con él —he visto sus cartas enmarcadas en algunos departamentos de psicología— y durante un tiempo parecía que cada futuro candidato al doctorado en filosofía quería entrevistarlo. Por supuesto que estoy encantado de cooperar con usted y con el doctor Bloom.
—Necesito ver al doctor Lecter lo más privadamente posible —dijo Graham
—. Tal vez precise verlo nuevamente o hablar por teléfono después de la entrevista de hoy.
Chilton asintió.
—En primer lugar, el doctor Lecter permanecerá en su cuarto. Es absolutamente el único lugar en que puede estar suelto. Una de las paredes del cuarto es una reja doble que da al pasillo. Haré instalar una silla allí y mamparas, si así lo desea.
» Debo pedirle que no le pase ninguna clase de objetos, a excepción de papeles, y siempre y cuando no tengan ganchos o broches. Nada de argollas, lápices o bolígrafos. Él tiene sus marcadores propios.
—Tendré que mostrarle cierto material que tal vez lo excite —manifestó Graham.
—Muéstrele lo que le dé la gana, siempre y cuando sea en un papel suave.
Pásele los documentos a través de la bandeja corrediza para la comida. No le alcance nada entre las rejas y no acepte nada que le alcance él a través de éstas. Que le devuelva los papeles por la bandeja de la comida. Insisto en ello. El doctor Bloom y el señor Crawford me aseguraron que usted cooperaría en la forma de tratar con él.
—Lo haré —respondió Graham poniéndose de pie.
—Sé que está ansioso por seguir adelante, señor Graham, pero antes quiero decirle algo. Esto le interesará.
» Tal vez parezca redundante prevenirle a usted, de todas las personas, sobre Lecter. Pero es que a veces parece por encima de cualquier sospecha. El primer año que pasó aquí se comportó perfectamente bien y dio la impresión de cooperar con los intentos de terapia. Como consecuencia —y esto ocurrió con el administrador anterior— se aflojó ligeramente la estricta seguridad que lo rodeaba.
» La tarde del 8 de julio de 1976 se quejó de un dolor en el pecho. Se le quitaron las ataduras para que fuera más fácil hacerle un electrocardiograma.
Uno de sus asistentes salió del cuarto para fumar y el otro se dio vuelta durante un segundo. La enfermera fue muy rápida y fuerte. Consiguió salvar uno de sus ojos.
» Quizás esto le parezca curioso —Chilton sacó de un cajón una muestra de un electrocardiograma y lo desenrolló sobre la mesa. Siguió la línea zigzagueante con su índice—. Mire, aquí está descansando sobre la camilla. Setenta y dos pulsaciones. Aquí agarra a la enfermera de la cabeza y la agacha hacia él. Aquí es donde lo sujeta el asistente. A propósito, no ofreció ninguna resistencia a pesar de que el enfermero le dislocó el hombro. ¿Advierte qué es lo extraño? Su pulso no subió nunca a más de ochenta y cinco. Aun mientras le tironeaba de la lengua a la enfermera.
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El Dragón Rojo (Novela de Thomas Harris)
Mystery / ThrillerSin una razón de peso, el agente especial Jack Crawford no habría turbado la apacible existencia y el anonimato de Will Graham, el hombre que había conseguido desenmascarar al psicópata doctor Lecter, más conocido en los medios de comunicación como...