A más de mil setecientos kilómetros hacia el sudoeste, en la cafetería del Laboratorio de Películas Gateway en St. Louis, Francis Dolarhyde esperaba que le sirvieran una hamburguesa. Las entradas que se ofrecían en el mostrador no presentaban buen aspecto. Se paró junto a la caja y bebió un sorbo de café de la taza de papel.
Una muchacha pelirroja vestida con un delantal de laboratorio entró a la cafetería y estudió la máquina de caramelos. Miró varias veces a Francis Dolarhyde que estaba de espaldas a ella y frunció los labios. Finalmente se acercó a él y le preguntó:
—¿Señor D.?
Dolarhyde se dio la vuelta. Usaba siempre gafas protectoras rojas fuera del cuarto oscuro. Ella fijó la vista en el puente de las gafas.
—¿Le importaría sentarse un momento conmigo? Tengo algo que decirle.
—¿Qué tiene que decirme, Eileen?
—Que realmente lo siento muchísimo. Que sencillamente Bob estaba borracho y como usted bien lo sabe, haciéndose el payaso. No fue esa su intención. Siéntese conmigo, por favor. Aunque sólo sea un minuto.
—Bien.
Dolarhyde jamás decía « sí» porque tenía algunas dificultades con la « s» . Se sentaron. Ella retorcía nerviosamente una servilleta con sus manos.
—Todos estábamos divirtiéndonos mucho en la fiesta y nos alegramos de que viniera —dijo ella—. Nos alegramos de veras y nos sorprendimos también.
Usted sabe cómo es Bob, imita permanentemente las voces de la gente, debería actuar en la radio. Imitó dos o tres tonadas, con chistes y demás, puede hablar exactamente igual a un negro. Cuando imitó esa otra voz no lo hizo para molestarlo a usted. Estaba demasiado borracho como para darse cuenta de quiénes estaban presentes.
—Todo el mundo reía y de repente nadie rio —Dolarhy de no decía nunca « más» , por la « s» .
—Entonces fue cuando Bob se dio cuenta de lo que había hecho.
—Pero continuó.
—Lo sé —dijo ella tratando de mirar de la servilleta a las antiparras sin demorarse demasiado—. Y se lo hice notar. Dijo que no tenía mala intención, que comprendió que ya no había forma de dar marcha atrás y entonces prefirió seguir con la broma. Usted vio cómo se sonrojó.
—Me propuso realizar un dúo con él.
—Lo abrazó y trató de tomarlo del brazo. Quería que usted también lo tomara como una broma, señor D.
—Lo tomé como una broma, Eileen.
—Bob está desesperado.
—Bueno, no quiero que esté desesperado. No lo quiero. Dígaselo de mi parte. Y que aquí no hará ninguna diferencia. Dios mío, con la habilidad de Bob yo haría bro... haría una broma a continuación de otra —Dolarhy de evitaba en lo posible los plurales—. Bueno, no pasará mucho antes de volver a reunirnos y entonces verá cómo me siento.
—Bien, señor D. Usted sabe que debajo de todas esas bromas Bob es realmente un tipo muy sensible.
—Estoy seguro. Cariñoso, imagino —la voz de Dolarhy de estaba ahogada por su mano. Cuando estaba sentado apoyaba siempre el nudillo de su índice bajo la nariz.
—¿Cómo dijo?
—Creo que usted es buena para él, Eileen.
—Yo también lo creo, de veras. Bebe solamente los fines de semana. No bien empieza a relajarse su esposa lo llama por teléfono. Me hace caras mientras habla con ella, pero me doy cuenta que luego se queda molesto. Una mujer puede darse cuenta de esas cosas. —Palmeó a Dolarhyde en la muñeca y a pesar de las antiparras advirtió que el toque se había registrado en sus ojos—. No se preocupe, señor D. Me alegro de haber tenido esta charla.
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El Dragón Rojo (Novela de Thomas Harris)
Mystery / ThrillerSin una razón de peso, el agente especial Jack Crawford no habría turbado la apacible existencia y el anonimato de Will Graham, el hombre que había conseguido desenmascarar al psicópata doctor Lecter, más conocido en los medios de comunicación como...