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Subo las escaleras de ese avión.
Fotografías de la noche anterior posaban en mis manos.

Brenda con su hermoso vestido azul marino y su cabello largo sobre sus hombros. Lalo, Israel  y Esteban con su esmoquin negro impecable.
Los cinco estábamos en bola, sonriendo a la cámara. 
Mi vestido de seda  verde olivo brillaba sobre lo oscuro de la foto.


Sentada cerca de la ventana no podía dejar de ver mi ciudad.
Sentía las llantas de este avanzando.

Y el sentimiento en mi estómago apareció no solo cuando el avión despegaba.
Sino también cuando leía el mensaje de Brenda.

—No me odies por favor, te amo.

Una foto anexa a su mensaje me hizo querer bajar del avión.

Un esteban de lejos sostenía una caja gris, en su mano reposaba uno de mis sobres marrones tan guardados en mi cuarto, el resto de ellos supongo que en la caja.

Lo único que pude pensar el resto del viaje fue en la cara de Esteban. Su ceño fruncido mientras veía el sobre marrón.

Al final de todo, aquellas palabras profundas si llegaron a su destinatario.

Aunque no de la manera que hubiera querido.

Cartas Jamas EscritasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora