Capítulo 5: Maldito el día

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Ahí estás vos, ahí estás vos en mi cabeza

No me llenes, no me llenes de arrepentimiento

Arrastrándote en la inmensidad del espacio

Si hay voluntad, hay una manera, hay una manera


Llévame lejos, llévame lejos

Porque en esta cerca hay un agujero


Hay un susurro en mis huesos

Manteniéndome intranquila y entera

Hay un susurro en mis huesos, huesos

[...]

Enrédame, enrédame en tu telaraña

Todo en mí está vivo hasta que muera

[...]

Bones, Wens




Ella miró divertida la puerta cerrarse y entonces se giró hacia mí con ojos brillando y una gran sonrisa plasmada en la cara. Le puse los ojos en blanco y elevé una mano para detenerla antes de que empezara.

—Necesito comida antes del interrogatorio —pedí.

—Ah, mirá. Así que perdiste mucha energía anoche, ¿no, bandida? Y ya te duchaste, ¿solo vos o juntos? —le hice una mueca, pero enseguida continuó—. Pero tuviste la precaución de bañarte en agua bendita, ¿no? Porque después de eso —indicó con su dedo por donde Santiago había salido—vas a necesitar un exorcismo, mi diabla.

—Es demasiado temprano para esto —me quejé escapando fuera del cuarto.

Todo el camino hacia el comedor fue un bombardeo continuo de preguntas por parte de mi amiga. Le respondí cada pregunta que me hacía, total, no había mucho que contar, para ser sinceros. Habíamos charlado por un largo rato, después algún que otro toqueteo y nada más. Parecía algo decepcionada, pero la parte del toqueteo (por más intensa que hubiera sido y por mucho que me hubiera gustado), no era la parte que me preocupaba. La parte de las charlas as sí, yo no era de abrirme con nadie, y Mel lo sabía muy bien, me preocupaba haberme abierto con él de esa manera, ser sincera, y dejarle ver gran parte de mi personalidad... ahora me sentía vulnerable ante él. Debía haber sido más cuidadosa, porque sentía que, más temprano que tarde, terminaría pagando las consecuencias por ello.

—No puedo creer que no haya pasado nada, bueno, nada más que la sesión esa de besuqueos en el espacio público—ay, no, no quería recordar ese detalle. Una pausa pensativa por su parte—. Pero entonces, ¿te gusta el mexicanito?

Aparté la mirada. Por suerte ya estábamos desayunando y tenía la excusa de la comida.

—No creo. Más vale que no —finalmente respondí.

Porque de hacerlo, me complicaría la existencia. Y no tenía la paciencia o el tiempo para complicaciones de esa índole.

—¿No están demorando demasiado? —preguntó Mel mirando alrededor—. ¡Ah! Ahí vienen —y me tiró una patada debajo de la mesa, la fulminé con la mirada.

—Buenos días, señoritas —saludó Roman tan encantador como siempre.

Le eché una rápida mirada a Santiago, que tenía la cabeza baja y los hombros caídos. Sentí un vacío en el estómago, mi incomodidad se triplicó. Rápidamente me concentré en comer.

Hijos de la Luna: La Luna del Cazador [LIBRO 2] [TERMINADO/COMPLETO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora