CAPÍTULO 3: EL DIARIO

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Volví a mi dormitorio, tal y como me había dicho papá. Pero, como no tenía sueño, volví a releer ese fragmento del diario de Nora que tanto me gustaba. Ese que me emocionaba, aunque nadie lo supiese; o quizá sí, porque yo creía que Nora, en realidad, ya sabía que le cogía su diario. Siempre lo había tenido guardado debajo de su colchón y, pese a sus sospechas, nunca lo había cambiado de sitio. Tal vez era una forma indirecta de contarme su vida, de hablar conmigo, aunque no recibiese respuestas. Mis ojos empezaron a percibir esas palabras que ya me sabía de memoria.

Domingo, 23 de diciembre de 2007 

Mamá, hoy te echo muchísimo de menos...

En momentos así es cuando te das cuenta de que tienes que demostrarle a la gente de tu alrededor, a la gente que realmente quieres, que eso es así; que les quieres; que lo que sientes por ellos no es un simple cariño; que, si te faltaran, tu vida daría un vuelco; que les quieres aunque no se lo digas cada día, aunque no se lo demuestres a cada instante porque crees que no hace falta, que es innecesario; porque siempre van a estar ahí, pero no siempre ocurre. Cada uno tiene su camino; tú tuviste el tuyo... Y es en ese momento cuando te das cuenta de que no, ya no puedes arrepentirte de las veces que le fallaste, de los enfados, de los miles de gilipolleces, gilipolleces que en momentos así dejan de tener importancia, gilipolleces que nos podríamos ahorrar, porque muchas veces hacemos de un grano de arena una montaña y, cuando menos te lo esperas, cae el último grano del reloj de arena de una vida... De tu vida. Y entonces es tarde para volverte a repetir que te quiero, para recordártelo una vez más, para que sepas que siempre lo he hecho y no dejaré de hacerlo, es tarde para agradecerte todo el tiempo que has estado cerca de mí, con tu simple pero grandiosa presencia, todo el tiempo que has luchado por mí, que me has ayudado sin pedir nada a cambio, todo tu tiempo... Tiempos que anhelo y que no olvido.

Después de leer ese fragmento que tanto me gustaba, seguí leyendo algunos más que venían a continuación...

Jueves, 27 de diciembre de 2007

Hay días en los que preferiría no haberme levantado, no haber existido, días en los que me cuesta sonreír, días pesados, días que no son días, que transcurren más lentos de la cuenta... Días en los que tengo motivos más que suficientes para gritarle al mundo, y mandarlo todo ,absolutamente todo, a la mierda. Pero en lugar de eso me quedo callada. Me sumerjo en mí mientras oigo la lluvia caer y los susurros de mis pensamientos, que quieren salir, pero algo los encierra. Son susurros que se rompen entre mis dientes, palabras que no logro pronunciar, las palabras que no escucharás, pero tienen dueña son para ti, mamá, aunque no las oigas... Y es que he dejado de actuar sin pensar, ahora tengo miedo a las consecuencias, al qué pasará, al que vendrá después... Y es entonces cuando me doy cuenta de que algo va mal, de que he cambiado, de que sin darme cuenta he dejado de ser yo... Aarón estaba convirtiéndome en otra persona, alguien más cobarde, tenía mucho miedo a que lo nuestro pudiese acabar...

Domingo, 30 de diciembre de 2007

Hoy no me ha pasado nada interesante. Como ya escribí ayer, Sandra me llamó para ver si hoy me apetecía ir a su casa a comer, y yo acepté su invitación. Así que hoy, como de costumbre, después de desayunar los pastelitos que siempre trae la abuela, me he encaminado hacia casa de Sandra. Otra vez me he encontrado a ese gato negro de extraña mirada. Desde hace unas semanas, he observado que parece más agresivo cuando pasas por su lado, como si algo irrumpiese en su tranquilidad. Pero sin darle la menor importancia continué mi camino. Diez minutos después, llegué a casa de Sandra. Pensé que esta vez sus padres no estaban fuera, ya que, antes de llamar, su padre ya me había abierto la puerta. Pero no era del todo así; su madre no estaba. Mientras Sandra se duchaba, charlé con Martín, siempre me ha parecido un señor muy elegante a la par que extrovertido. Me contó que Clara no estaba en casa porque tenía una conferencia en París y que ni siquiera estaría en fin de año. Más tarde, ya estábamos todos sentados en la mesa, su padre había preparado redondo de ternera y, de postre, pastel de queso. Comí muy a gusto y pasé toda la tarde con Sandra...

Nunca me había parado a leer esa página antes. Me parecía muy aburrida así que avance un poco más. Más tarde, mis ojos comenzaban a cerrarse, pero yo quería seguir leyendo, me encontraba luchando contra mis párpados, y sin poder evitarlo, cedí.

El Susurro del CascabelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora