CAPÍTULO 6: EL CHIRINGUITO

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Esa noche me costó dormirme el sueño que me invadía cada día, había ignorado esta vez mi cuerpo, debía haberse exiliado muy lejos de mí. Estaba totalmente despierto, con los ojos bien abiertos, rojísimos y sólo pestañeaban cuando era estrictamente necesario, muy de vez en cuando con intensidad, como si estuviese esperando algo, alerta por algún hecho que iba a suceder. Como un verdadero búho. Pero lo cierto es que no esperaba nada en concreto, tal vez una llamada o un mensaje de ella, de Nora, pero aquella no era la razón por la cual mis ojos debían estar rojos. La razón era que estuve a punto de llorar. Me sentía tan débil y tan frágil que solo quería esconderme muy dentro de mí. Pero lo que no quería era dejar caer mis lágrimas. Las lágrimas son tan insignificantes y la vez tan valiosas y expresivas, gotas de agua y sal rellenas de sentimientos; de alegrías, sorpresas, pero principalmente de tristezas, de amor, de angustia, de sufrimiento y dolor... Por eso no me gusta llorar, lo odio. Nuestras lágrimas dicen demasiado de nosotros, nos descubren muy rápido, rompen nuestras corazas. Aunque no creo que las personas sean menos fuertes por llorar, creo que llorar nos hace humanos. Es más cobarde quien oculta sus sentimientos, y quizá los que lloran es porque han sido demasiado fuertes. Pero inconscientemente odio que me vean llorar cuando las personas que tengo cerca son las que más me han hecho reír.

No me gusta que puedan sentir lástima por mí, prefería sonreírles a los problemas, sonreír y dejar que los de mí alrededor se preguntasen porque lo hacía. Sonreír aunque por dentro me estuviese hundiendo cada vez más. Y actuar escondido detrás de una falsa ignorancia. Soy una persona orgullosa lo sé, y no me gusta que me vean en mis peores momentos, prefiero comérmelo todo yo solo, aguantar, defenderme como puedo y no mostrarme tal como soy en ocasiones, quizás porque tengo cierta desconfianza y prefiero aparentar lo que no soy, alguien imbatible, de carácter fuerte, y en cierto modo insensible, alguien de mirada segura, impasible.

En realidad, creo que a todos nos gusta pensar que somos fuertes. Que podemos con todo lo que se nos venga encima, que en un pasado pudimos, que en el presente lo estamos consiguiendo y que también podremos en un futuro. Pero lo cierto es que yo sé que eso no es verdad. Que no se me da bien ser alguien fuerte, que cuando estoy solo y seguro de que ya nadie me puede ver, me rindo y dejo de fingir.

En el fondo, me gusta pensar que lo que de verdad me hace fuerte es asimilar que no lo soy, asimilar que me equivoco, que estropeo las cosas y que eso me atormenta, pero lo digiero, me trago mis sufrimientos mientras sigo andando como puedo. Tras un buen rato masticando, continuo con mi vida, porque nada se va a parar por mí. Pero no es tan fácil, eso no se consigue de un día para el otro se consigue con el tiempo. Pero el tiempo es una palabra muy inexacta, ¿Cuánto tiempo? ¿Cuántos días, meses, años necesitaré para superar todo esto? No puedo esperar, no duraré mucho tiempo con esta falsa armadura, no soy impaciente, pero cuanto antes pasen los baches mejor. No quiero seguir fingiendo, disimulando que no tengo moratones internos, que los golpes fueron solo roces. Simples roces superficiales. No quiero tener que ensayar en el espejo para poder cambiar mi cara al salir de casa, sonriendo sin causa aparente, haciendo que no se noten mis contusiones, y salir a la calle pisando fuerte. No quiero tener que ocupar mi tiempo con cualquier bobada para no pensar en ella. De momento pienso en ella, sin compadecerme, porque esta noche tengo derecho, me doy el permiso para no ser fuerte, para bajar la guardia sin que sirva de precedente, una pausa para respirar hondo, para tener una noche de reflexión, una noche triste y solitaria. Porque después de todo solo me quito el disfraz cuando nadie me ve, solo cruzo la barrera cuando ya no queda nadie cerca, y dejo de construirme de hierro, me desprendo de mis más de mil escudos con los que me defiendo, guardo las armas de los enfrentamientos y me quito la máscara de lo que no soy para ser, pero siempre sin compañía. Y es que veo lógico compartir mis alegrías, pero no me gusta compartir mi dolor. Ya que es mi dolor, y solo mío. Me basto conmigo mismo, o eso quiero creer. Sé que esta noche cuento con mis amigos y me alivia saber que siempre van a estar ahí, sin fallarme, pero les conocía demasiado. Ellos no se dedicarían a tratar de ayudarme, ni aconsejarme, ni a llorar conmigo, sin embargo, tampoco era eso lo que necesitaba, solo quería emplear el transcurso del tiempo. Emplear el tiempo para seguir pensando en todo lo ocurrido. En lugar de eso, ellos simplemente se dedicarían a convencerme para salir este sábado, para divertirme y olvidar, pero tampoco estoy preparado para hacerlo. No tengo ánimos y olvidar me es prácticamente imposible. Sí, quizás, saliendo y bebiendo mucho conseguiría no recordar, pero no recordar solo por una noche. Beber no era para nada mi objetivo ni la iniciativa que tomé aquella noche. Entonces se me amontonaron un cúmulo de preguntas ¿Cuál era mi objetivo y mi iniciativa, de que estaba hablando? Estaba diciendo despropósitos. ¿Dónde estaría Nora?

El Susurro del CascabelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora