CAPÍTULO 4: EL PRIMER BESO

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No me despegaba del ordenador. Si mis padres estuvieran aquí, hace horas que me habrían mandado a la cama, aunque tampoco les habría hecho mucho caso. Ellos estaban otra vez fuera, como casi siempre. Los veía muy poco. Mis padres viajaban mucho por negocios, negocios que en muchas ocasiones no eran terceras personas con las que ambos se engañaban. Cuando no estaban, que era la mayoría de las veces, me sentía sola. Pero esta vez no era así. Desde hacía unas semanas, me pasaba las horas hablando con Daniel. Él vivía en el pueblo de al lado. Nos conocimos hará un mes, en las fiestas de mi barrio. Daniel estaba allí, apoyado en la barra del único bar. Mostraba una sonrisa de oreja a oreja y sus ojos marrones conectaron con los míos. Me costó apartar la mirada de su rostro. Noté cómo me brillaban los ojos; yo nunca había creído en los flechazos, para mí solo eran ilusiones absurdas que no llevaban a ninguna parte, que tenían un rápido final. Pero en segundos cambié mi firme convicción. Sin saber por qué, me desmoroné y me quedé totalmente bloqueada, tan solo quería seguir mirando a aquel chico del que no sabía nada, pero al que tenía la sensación de conocer de toda la vida.

Carlota conocía a uno de los amigos de Daniel, David, el mayor del grupo.

Me dijo que iba a ir a saludarlo y yo le puse la excusa de que no quería quedarme sola con Nora y Aarón, que no me gustaba hacer de aguanta velas y la acompañé. En realidad, no me importaba quedarme allí con ellos, pero me moría de ganas de acercarme a aquel chico que lucía una sonrisa de anuncio de dentífrico.

—¡Ey, David! ¿Qué haces tú aquí? –Gritó Carlota a pocos pasos de él.

—Mira, nuestro pueblo está desierto. Nos hemos enterado de que aquí había fiesta y aquí estamos. Por lo que veo, se les ha olvidado decirme que también hay muy buena compañía, como vosotras. ¡No sabía que estarías tú!

—Pues ahora sí. –dijo con un poco de chulería.

—Ya. Lo llego a saber y no vengo –dijo entre risas.

Carlota se quedó con mala cara después de la frase que David había soltado.

—¡No, hombre, estoy de coña¡ Tú sabes que yo te quiero mucho. Si lo llego a saber, incluso vengo antes. –le aclaró, antes de que Carlota pudiese mosquearse.

—Tranquilo, no hubiese hecho falta. ¡Si acabamos de llegar ahora mismo!

—Y ya has venido directa a mí, ¿eh? ¡Qué buena vista has tenido siempre! Bueno, ¿y quién es la belleza que llevas colgada del brazo?

Era bastante grosero.

—¡Soy Sandra! Encantada.

—¡Encantado estoy yo con solo verte!

—Córtate un poco, ¿no? –dijo Carlota–. Tus amigos tampoco están nada mal y seguro que también tienen nombre, ¿verdad?

—Sí, eso creo. Pero vamos..., que tampoco te pierdes nada si no los conoces. Yo soy el más interesante, ¿o ya no te acuerdas?

—No, intento olvidar los errores del pasado.

Se oyeron las risas de sus amigos, pero entonces David empujó a uno de ellos y todos se callaron.

—Es broma, tú ya sabes que yo te quiero mucho –siguió diciéndole ella, repitiendo lo mismo que él antes, intentando imitarle.

Carlota había estado con David, le conoció en verano y tuvieron un rollito de una semana y algo. Carlota no solía durar mucho más con los chicos, se cansaba muy pronto. Ella no era de relaciones largas y mucho menos serias. Le encantaba ligar con todos; mucha gente la tachaba de buscona y, en realidad, lo era bastante, pero a nosotras no nos importaba. Ya la conocíamos y estábamos acostumbradas a verla actuar tal y como era. No se cortaba un pelo, siempre tan directa, y si alguien le interesaba o le gustaba lo soltaba sin más preámbulos. Era muy sincera, aunque para algunas cosas más que para otras. También era muy impulsiva, le costaba mucho controlarse, y a veces actuaba sin pensar, a lo loco, sin ver las consecuencias que eso podría acarrear. Eso la llevaba a cometer muchos errores; pero, de los errores, se aprende, y estoy segura de que Carlota ha aprendido mucho. Comete muchísimos errores, sí, pero también sé que jamás se arrepiente de nada de lo que hace, al fin y al cabo, por algo actúa como actúa. De lo único que se arrepentiría sería de no hacer lo que se le pase por la cabeza, de quedarse con las ganas. Porque Carlota nunca pierde sus oportunidades y mucho menos el tiempo. A ella nunca se le escapa el tren, es más, yo creo que jamás se apea de él, ella no tiene ningún destino, no tiene parada en la estación. Vive sin preocupaciones, incluso sin límites.

El Susurro del CascabelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora