CAPÍTULO 5: EL MAR

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Dentro de mí había algo que no me dejaba tranquila. Aquella noche me porte como una autentica estúpida. No supe valorar lo que tenía, fui una egoísta. Aunque a veces debía de serlo. No sé. Pienso que algunas veces el ser egoísta nos protege del entorno que nos rodea. Aunque sin él, ya nada tenía sentido. Mi vida solo giraba por él y con él. Era una pieza fundamental para mí. Cuando estoy con él todo es diferente. Él esta echo para mí y yo estoy echa para él. Aunque es cierto que a veces pienso que yo tampoco estoy hecha para ser amada. Era tarde, el hilo que conectaba nuestros corazones se había roto. Pero ese no era el motivo por el cual no podía dormir. Mi cabeza seguía estéril y sin color. Dando mil vueltas. No dejaba de oír un extraño sonido. Un sonido diferente, familiar. Era un sonido dulce, peculiar, tímido. Ese que interrumpía mis pensamientos. Pero no lograba reconocerlo.

Y mis pensamientos volvían a inundarme. Un simple carrusel. Mi vida es totalmente un carrusel. Altibajos por todas partes... Creo que siento todo con tanta intensidad que a veces me hace daño. En instantes paso de estar feliz a estar triste y viceversa. Una palabra, un acto, puede hacer que todo cambie, que pase de un estado a otro. Una simple palabra en los labios de Aarón, un estúpido acto llegando a mis oídos por miles de bocas desconocidas. Y solo me invade la resignación de no poder hacer nada. Mi absurdo carrusel, lo vivo todo así y pese a eso soy feliz como soy.

No dejaba de oír ese peculiar sonido. Tenía miedo. Miedo a lo desconocido. Temor a lo que hubiese pasado esa misma noche. Estaba desconcertada, perdida. No sabía qué hacer. No sabía nada. Me encontraba inmersa en una gran incertidumbre, una oscura incertidumbre. No aguantaba más en la cama, solo hacía que dar vueltas y enrollarme una y otra vez con las mismas sabanas. Sabanas pegadizas que solo trataban de envolverme. Entonces, me desprendí de ellas, me levanté y me dirigí hacia la sala de estar de la casa de Sandra. Era un espacio muy grande, con dos grandes ventanales uno en cada lado. Me acerque al fuego, que aún se mantenía con unas abrasadoras llamas. Mis ojos cansados lo miraban y a la vez recordaba todos los momentos que habían marcado los últimos meses en mi vida. Me faltaba alguien, a quien contar lo que me había pasado con Aarón. Ella era mi gran ausencia. Un silencio. Un vacío. Quizás no valoraba lo mucho que me quería, o quizás todo lo que hacías por mí. Cada día me hacen más falta tus abrazos, tus besos, tus caricias, tus risas, tus te quiero, tu voz, tú. Todo es diferente. Todo ha cambiado. Cada mañana cuando me despierto voy al salón pensando que estarás, pero para que engañarme sé que no vas a estar. Me arrepiento de todo lo que no hice contigo. Aunque no de lo que vivimos juntas. De tus grandes consejos. De lo que hacías por mí. No eras solo mi madre sino también mi mejor amiga, estabas para todo. Si estaba triste, no sonreías hasta verme feliz. Si te rechazaba, me perdonabas. Si me caía, me ayudabas a levantarme. Tenerte a ti como madre, fue el mejor regalo que me pudo dar la vida. Aunque estés lejos siempre pienso en ti. Y nunca te podré olvidar. Y duele recordarte, no puedo evitar llorar, es imposible cesar la caída de mis lágrimas, sentir como esas gotas de agua resbalan por mi mejilla hasta desembocar en alguna parte de mi cuello, gotas que sin dudarlo llevan tu nombre y están repletas de recuerdos, de amor y de sufrimiento a la vez.

No puedo evitar llorar al recordar ese espantoso día, porque eso implica recordarte, acordarme de tu olor, tu sonrisa, tus manos, tu mirada, y no solo acordarme de ti sino también de mí, de todos esos días en que tu mirada penetrante en mí provocaba un gran entendimiento, de todos esos días en que tus dedos se unían entre los míos para caminar juntas, de cómo todas y cada una de tus sonrisas provocaban también las mías...

Me acerqué a la ventana y me di cuenta que la luna estaba a punto de desaparecer. Desaparecer durante el día para volver noche tras noche al mismo lugar, sin más remedio, apagando las luces para tratar de dominarnos y hacer que nos desplomemos. Una luna que baja para acariciarnos mientras dormimos. Pero en mi caso no podría, yo solo me dedicaba a contemplarla sin la necesidad de tenerla cerca, la contemplaba fijamente y me daba la sensación de que la luna era un simple satélite inapreciable para muchos y tenía la sensación de poder tocarla con la punta de mis dedos pero en realidad estaba lejos muy lejos, prominente en el cielo, en el cielo desde donde creía que mi madre me vigilaba, nunca me había parado a observar de aquel modo la luna, y la encontraba tan mágica, tan especial y me acerque más a la ventana para que la luna pudiera escuchar mis pensamientos, para hablarle de una persona que podía estar muy cerca de ella, para hablarle de la mujer más perfecta y bella, de esa mujer que tanto amo, esa mujer que me dio todo sin esperar nada a cambio. Para que oyese entre el silencio mis peticiones, para pedirle que, si la ve, le diga que no la olvido, que me es imposible no tenerla constantemente presente. Que fue lo mejor que pasó por mi vida. Cuídamela, hasta que pueda reencontrarme con ella en ese asombroso, fantástico y enigmático cielo y cuidarla yo.

El Susurro del CascabelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora