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Algunas veces la vida nos lleva a sitios en los que no queremos estar. Otras, a sitios en los que sí queremos estar, aunque no lo sepamos. Y muchas otras, a sitios en los negaremos que queremos estar hasta que la llama de nuestra existencia se apague en la oscuridad y vacío de la muerte. En ocasiones, no somos capaces de captar lo que realmente sentimos y actuamos de forma contraria a lo que en realidad queremos; la conducta humana es un misterio, nos dejamos llevar por el raciocinio hasta que en momentos puntuales sucumbimos a nuestro instinto animal, que puede que no notemos, pero está ahí.

Muchas personas recordarán la historia del "Hilo Rojo del Destino", una leyenda oriental presente en la mitología china y en la japonesa, en la que se dice: «Un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo se puede estirar o contraer, pero nunca romper». Contrario a la creencia popular que ha tomado forma en los últimos años de que en este cuento oriental se habla de dos personas destinadas a encontrarse y enamorase, este relato se utiliza en Japón entre la comunidad de padre adoptantes, suponiendo una metáfora referida a que la vinculación entre el hijo adoptado y los padres ya está realizada de antemano por este hilo rojo y favorece la fortaleza en la larga espera que hay que realizar, en la mayoría de los casos de adopción. Para Gun, ambas versiones del mismo cuento se quedaban cortas. Él iba mucho más allá: todos estamos conectados con todas las personas que pasan por nuestra vida. Padres, hermanos, familia, amigos, enemigos... El hilo rojo atado en nuestro meñique por el camino se iba convirtiendo en muchísimos más hilos que llevaban al de todas las otras personas con las que has coincidido, ya sea un segundo, un año, o toda la vida.

Él estaba convencido de que nunca podría haber evitado a ninguna de las personas que ha pasado por su vida. Por el hecho de haber nacido dónde lo había hecho, de vivir cómo había vivido y de ser de la manera en la que hoy es. Arrepentirse de las cosas no era su estilo, nunca lo había sido y probablemente nunca lo sería. Sin embargo, había veces en las que habría preferido que su destino no lo hubiera llevado a encontrarse con ciertas personas. La mayoría eran las que no tenían el mínimo sentido del respeto por su persona, y actualmente se había incluido una a la lista: Off.

El mayor no era mala persona, lo sabía; también sabía que todavía no le había dado razones para desear aquello. Increíblemente para cualquiera, ese motivo era el que le llevaba a meterlo en ese saco. Off, en lo poco que había tratado con él, había demostrado ser una persona sincera, honorable, honrada y sin malas intenciones contra él. Una persona así, alguien tan auténtico, no podía querer llevarse bien por propia voluntad. Sí, lo sabía, todos sus amigos eran igual de buenos que él y de igual manera eran sus amigos. ¿Qué cambiaba? Que todos sus amigos —excepto Sara, que lo conoció debido a que no había otro sitio en el cual sentarse— eran de la infancia. En aquella época todavía no sufría un acoso tan pronunciado como para que fuera afectarse a ellos, por eso se animaron a conocerlo. En cambio, el estudiante de enfermería lo había conocido sabiendo a lo que se arriesgaba: que sus propios amigos lo repudiaran, que la gente lo mirara despectivamente, que se creyeran que había perdido el juicio... Le daba miedo, que aún con todo eso, pareciera que ese chico quería acercarse a él por cualquier método. Poco a poco, había calado dentro de él y hasta ahora podía pensar que quería llegar a ser su amigo, cosa que al principio, parecía impensable.

—Mint, creo que estás exagerando.

Gun salió del trance en el que había caído cuando escuchó la voz de Tae hablarle a Mint. Los tres se encontraban en la casa que la pareja compartía, mirando los armarios de ella viendo como la rubia saca y saca ropa cual si fueran agujeros negros. Seguía preguntándose qué hacía ahí, y cada vez que veía a su amiga sacar alguna camiseta de varón recordaba el motivo: al decirle que mañana iría al festival con Off, Mint se puso tan histérica y entusiasmada que lo arrastró hasta su casa para prestarle ropa de su novio que ya no le servía y a él sí para que fuera en palabras textuales de la chica: "divino". De fondo por los altavoces de la habitación sonaba A Namorada, una canción en portugués del cantante brasileño Carlinhos Brown al que, por cierto, Mint adoraba.

¿Qué apostamos? -OffGun-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora