10. Siempre destinados

203 27 16
                                    

Mean cerro la puerta tras soltar un melancólico adiós, y suspirando con pesar, camino por el pasillo blanco que lo guiaba hacia el pequeño elevador, presiono el botón del primer piso y cerro sus ojos hasta que llego al ultimo piso.

Ahí en la sala de espera, sus amigos le esperaban.

—¿Cómo esta ella? — Pregunto Saint, poniéndose de pie en cuanto vio a su amigo aparecer.

—Esta mejor— Respondió el castaño con una sonrisa algo forzada.

—Nos alegra escuchar eso— Hablo Fluke esta vez, tratando de contagiar un poco de buen ánimo a su amigo.

Tras los sucesos ocurridos en aquella noche los chicos tuvieron que ser hospitalizados, al igual que la madre de Mean, debido a sus heridas, pero con lo que no contaban era con que la policía tomaría espacio en el asunto. Así que los tres amigos tomaron la decisión de inventar una historia un tanto coherente, en donde la madre de Mean había tenido una crisis nerviosa y en un intento por ayudarla, habían resultado heridos. La historia paso un tanto creíble así que con eso mantuvieron a la policía alejados, sin embargo, el señor Phiravich interno a su esposa en un psiquiátrico con la esperanza de que pudieran ayudarla.

Mientras que, por su lado, la señora Phiravich no recordaba nada de lo ocurrido por lo que no opuso resistencia al ser internada, y entre llanto y pesar pidió disculpas a su familia.

—Hay que irnos ya— Dijo de forma tierna Saint, para después tomar a sus amigos por el brazo y caminando juntos hacia la salida.

—Hay que ir a comer algo— Sugirió Fluke mientras caminaba a la par con los demás —En el nuevo café que fue inaugurado.

—¡Si vamos! — Grito con emoción el muchacho tierno mientras Tin solo se limitaba a asentir con una sonrisa.

De cierta forma le hacia feliz ver como siempre podía contar con sus amigos, aun después de casi tres años.

.

.

Tras un rato de estar caminando bajo la ligera lluvia, que había comenzado a caer, el trio de amigos se adentro en una hermosa cafetería de paredes blancas y un hermoso decorado de luces amarillas; tomaron asiento en una de las mesas mas cercana a la ventana y esperaron a ser atendidos mientras hablaban animadamente sobre sus primeros exámenes de universidad.

—Bienvenidos a Coffe Prince— Les saludo el mesero con una ligera voz amable, mientras les entregaba el menú.

—¡Yo quiero Cheseecake de matcha! — Dijo con emoción Saint mientras señalaba lo pedido en el menú —Y un capuchino.

—Con eso te crecerán mas los cachetes— Se burlo Fluke, recibiendo un golpe en el brazo por parte de Saint.

—Lo mismo por favor— Se limitó a responder Mean.

—Yo quiero...— Fluke miraba el menú con indecisión —...Creo que lo mismo.

El mesero solo asintió, anoto la orden en su comanda y se retiró, dejando a los muchachos enfrascarse de nuevo en su reciente pelea. Aunque después de un rato los tres chicos sacaron sus libros para poder repasar un poco para sus exámenes.

En ese momento un nuevo mesero se acercó con su orden.

—Siento mucho la demora— Se disculpo el pelinegro mientras les dejaba su pedido sobre la mesa —La cafetera dejo de funcionar de un momento a otro.

Mean miro con curiosidad al mesero que estaba junto a ellos, jurando que su rostro le parecía bastante familiar, aunque no lograba recordar de dónde.

—No hay problema— Hablo con amabilidad Saint — Aun planeábamos quedarnos un poco mas —El cachetón le mostro unos libros y cuadernos.

—Entiendo— Murmuro el mesero — ¡Mucha suerte en sus estudios!

—Creo que necesitare esa suerte— agradeció Fluke , dándole un bocado a su recién llegado postre.

—Por nada— Respondió el chico con una sonrisa, para después deslizar su mirada de Fluke hacia Mean.

El castaño se sobresalto un poco ante la intensa mirada bajo aquellas gafas, aunque después pensó que quizá el chico se estaba sintiendo incomodo con la curiosa mirada que le estaba dando minutos atrás.

Aunque su duelo de miradas pronto se vio interrumpida por una mesera que le llamaba desde el pequeño bar con algo de angustia. Ambos muchachos parpadearon un poco antes de volver.

—¡Can! ¡ayúdame con la cafetera! — Llamaba la muchacha, mientras llamaba algo la atención.

—Que disfruten su estadía— Se despidió el mesero algo nervioso para después alejarse hacia la chica que le había llamado.

Can... Can... Can...

Porque su nombre le sonaba tan hermosamente conocido.

No lo entendía...

Y quizá jamás lo haría.

Solo sabía que esa sensación emocionante que creía en su interior era realmente agradable.

Como dos almas que volvían a unirse.

Gato NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora