Cada paso que das en la dirección equivocada, equivale al número de veces que te engañas a ti mismo. Mientes y te repites que no lo sabes, que es una acción aleatoria. Pero lo sabes. Ahí está. Tu destino, mostrándote la puerta que te niegas a abrir.
O la que no debes abrir.
Esa taza era el tercer café de la mañana. Julieta llevaba toda la noche intentando que el pequeño Isaac se durmiera, entre rabieta y rabieta, dónde su único consuelo era estar en el mismo sitio que su madre. Una tarea que la tenía completamente agotada desde hacía semanas.Repasó una vez más el caso de los Fox y le dio un último sorbo al café antes de vestirse. Abrió el vestidor, evitando hacer ningún ruido y buscó su traje negro entallado, a conjunto con la camisa verde. Después de embutirse en el traje y los tacones, se quedó frente a su cama, ocupada por una personita que se estaba convirtiendo en habitual en ese colchón.
Dormía plácidamente, despatarrado, justo en el medio de la cama. Tenía la boca entreabierta y el pelo revuelto. Su pelo rubio y ensortijado que tanto había crecido en un año. Jul sonrió y se sentó a su lado, recordando todo lo que había pasado en ese tiempo.
-Despierta dormilón. Vamos a ver a la abuela-Le susurró en el oído, oliendo el aroma que desprendían sus rizos.Se revolvió y abrió los ojos. Unos ojos iguales a los de él. Eso consiguió entristecerla un segundo, hasta que el niño sonrió y la abrazó con fuerza.
-Buenos días-Exclamó Julieta y le dio un beso en la mejilla. Seguido de otro en la frente y en la mano… Hasta que los besos dieron paso a las cosquillas y a un sinfín de carcajadas.
-¡Mami!-Protestó él en un dulce tono de voz.
-¡Hoy es tu cumpleaños, Isaac! ¡Tienes un añito!-El bebé le enseño dos dedos de la mano, pero Julieta le escondió uno-Un añito ¿Ves?
-¿Vamos a desayunar? ¿Galletas? ¿Sabes decir galletas?
La respuesta fue una carantoña mientras intentaba por todos los medios ponerse en pie.
Julieta lo cogió en volandas para llevarlo a la cocina y darle el desayuno a contracorriente, mirando constantemente su reloj de pulsera. Después de cuatro galletas, un biberón de leche y un cambio de camisa, por fin tenía controlada la situación. Llevaba tres meses habituándose a su nuevo estilo de vida. Algo que le estaba constando horas de sueño, pero que merecía la pena pudiendo volver al bufete.
El iPhone que descansada en la mesita, sonó hacia las siete y media. Era Helen, la madre de Elliot. También llamada la salvación de Jul y niñera constante del bebé.-¿Sí, Helen? Ahora mismo iba a salir para llevarte a Isaac-Respondió, mientras le ponía los zapatos al niño.
-Jul, lo siento… Se ha roto una tubería en la cocina y tenemos esto hecho un verdadero desastre. Estoy esperando al fontanero, no sé cuándo tardará…
<<Joder, no…>>
-Tranquila, no te preocupes-Contestó cansadamente-Te veo esta tarde en la fiesta. Espero que se solucione pronto.
-¡Sí! Le he comprado un cochecito rojo ¡Estoy deseando que lo vea!
-Seguro que le encanta.
-Ojalá su padre estuviera aquí…-Murmuró Helen, cambiando completamente su tono.
Había intentado por todos los medio evitar pensar en él en toda la mañana y de repente ahí estaba Helen para recordárselo. El mundo se le vino abajo y cerró los ojos para evitar tener que volver a repasarse el maquillaje.