Secretos

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—¡Esto es imposible! —soltó Lily de repente—. Jamás aprobaré este examen.

—Eso dices todos los años —dije yo empujando el libro hacia ella—. Además, este libro es genial.

—Ya lo sé, pero el señor Garrido no me va a preguntar el nombre del personaje, sino que analice algún término imposible.

—Como «la importancia de las elipsis a lo largo de la narración».

—Exacto. O «la corriente a la que pertenece la obra», como en la última práctica, junto a una de mis peores pesadillas: «Justifique su respuesta».

Me empecé a reír tontamente.

—Bueno Lily, podrías ver la película del libro…, pero es…

—Un cliché moderno detestable —dijo Matt regresando con su bandeja. Llevaba un refresco, una manzana y un sándwich—. Y he visto la película: si intentas estudiar tu examen con eso, suspenderás vergonzosamente.

—Suspenderé de todos modos —se quejó Lily pasando las páginas del libro, como si aquello fuera a hacer que de pronto todo cobrase sentido.

—Pero siempre es bueno conseguir un suspenso decente —la animó Matthew—. Incluso la gente a la que no le gusta leer puede conseguirlo con el señor Garrido.

—No es que no me guste leer —apuntó Lily—, me encanta. Es solo que no puedo con algunos. Son tan… ¡condenadamente pesados!

—Literatura fácil —apuntó Matt con una mueca.

—Es relajante, como se supone que debería ser la lectura.

—No —le rebatió él—, no toda la literatura. Ya sabes, algunos tratan de hacerte pensar un poco.

—¡Hey! —exclamamos indignadas Lily y yo.

—¿Tú también Cris? —se sorprendió él—, no te imagino leyendo esas cosas.

—Para tu información, sí leo. Me gusta criticar algo que he leído en lugar de repetir lo que todo el mundo dice. Y la lectura está para el que sepa disfrutarla.

Matthew tuvo que darme la razón y decidió no insistir.

—¿Tienes tiempo por la tarde? ¿Algo interesante que leer? —preguntó Lily mordisqueando su sándwich.

Lily era una aficionada a mordisquear comida. Nunca daba un buen bocado a nada, siempre lo partía con sus delicados dedos y comía todo en pedacitos. Además, tardaba una vida masticando. Mi madre solía decirme que aquello conseguía mantenerla delgada y yo había intentado varias veces hacer lo mismo, pero era sencillamente una causa perdida. También me había acostumbrado a partir las cosas en pequeños pedazos pero me lo terminaba todo en un abrir y cerrar de ojos.

—No, iré a visitar hoy a la señora Montoya. Necesito relajarme un rato.

Era verdad. Los libros me daban paz interior, pero nadar un buen rato era un placer que no cambiaría por nada. Salir de la piscina y compartir las galletas de la señora Montoya mientras me calentaba, era otra de las cosas que estaban en mi lista de «placeres de la vida en Cibroal».

—¿Quién es la señora Montoya? —preguntó Matt.

Era sorprendente que llevara tres meses con nosotros y aún no lo supiera.

—La dueña de la única piscina de este pueblo. No es lo mejor del mundo, pero es limpia y tiene agua temperada. Además, nos invita sus deliciosas galletas.

—Amo esas galletas —dijo Lily con voz soñadora—, deberías probarlas algún día. Son el paraíso hecho galleta. Vale la pena ir de vez en cuando solo por eso.

La guerra del marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora