Me pasé toda la tarde dando vueltas en mi cuarto, sin siquiera poder hacer los deberes. Cuando dieron las seis de la tarde no pude soportarlo más.
—¿A dónde vas, cariño? —me gritó mi madre desde su habitación.
—A la biblioteca, tengo que devolver un libro —dije mientras cogía mi chaqueta—. Tardaré poco.
Casi corrí por las calles hasta llegar a la biblioteca. Me detuve en el café de la esquina, y traté de recuperar el aliento.
Caminé lentamente hacia la biblioteca y entré. Estaba vacía. La poca gente que iba usualmente subía al segundo piso a leer para guarecerse de las quisquillosas miradas de la señora Cisneros. Saqué mi marcapáginas del libro y lo guardé en un bolsillo. La señora Cisneros me sonrió desde su escritorio. Era una mujer bajita, de cabellos grises y ojos grandes que perseguían a todo aquel que pusiera un pie en su biblioteca. Había sido una gran amiga del viejo Quiroga, quien le había donado mucho dinero (nadie sabía cuánto) para su biblioteca. Eso hizo que Cibroal tuviera una excelente biblioteca para ser un pueblo tan pequeño, y que la señora Cisneros viajara de vez en cuando a Sant Pol de Mar para abastecerse de libros.
—Buenas tardes, señora Cisneros.
—Buenas tardes, Cristina —su voz era ronca pero amable—. ¿Ya lo has terminado?
—Sí. Tenía razón. Era justo lo que necesitaba este fin de semana —puse el libro sobre el escritorio y la señora Cisneros se apresuró a buscar la ficha para devolverlo a su lugar.
—¿Cómo va la escuela, querida?
La señora Cisneros era amable con todos aquellos que le agradaban, incluso me había perdonado una mancha de café accidental en un libro hace unos meses.
—Todo bien. Las cosas han vuelto a la normalidad desde la llegada del chico Finnigan.
—Hoy estuvo por aquí —dijo la señora Cisneros mientras firmaba la ficha del libro.
—¿Ah, sí? —dije como si no estuviera realmente interesada—. ¿Qué quería?
—Un carnet —dijo la señora Cisneros mientras devolvía la ficha al libro.
«No parece que nada extraordinario haya pasado. Seguramente no me ha superado».
—¿Otra calificación de estudiante promedio? —intenté adivinar con el nivel justo de indiferencia.
—No —traté de mantener una expresión neutral—. Otro amante de los libros ha llegado a este pueblo, bendito sea Dios.
—¿De…de verdad? —dije sorprendida.
La señora Cisneros se puso de pie y avanzó buscando el estante indicado. La seguí como si me hubieran encadenado a ella.
—Sí, cariño. Nada fuera de lo común, pero comparado con el resto de tus compañeros, ciertamente que sí —yo había tratado de llevar allí a casi todas mis amigas, es decir a las cuatro chicas con las que hablaba, pero ninguna compartía mi entusiasmo por los libros, por lo que desistí hace mucho tiempo—. Quedó bastante decepcionado cuando le puse un 7,6 —contuve una expresión de triunfo—. Se quedó allí mirando el número durante mucho tiempo y luego se fue. Muy raro sacar un carnet de biblioteca y no sacar un solo libro, ¿no crees?
—El chico es raro de por sí, no se preocupe señora Cisneros.
La bibliotecaria me sonrió y movió la cabeza comprensivamente.
—Entonces, ¿qué buscas para esta semana?
—Pues, verá, tengo un examen y…
—Nada que distraiga mucho —adivinó. Llevaba sacando libros desde los siete años, cuando mi padre me regaló Las aventuras de Tom Sawyer—. Mmmm… —la señora Cisneros adoraba el momento en que le pedía un libro así. Adoraba tanto esas páginas que le era muy difícil pensar en un libro que no me atrapara lo suficiente como para distraerme de mis estudios—. Acompáñame. Encontraremos algo.
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La guerra del mar
FantasiCibroal... Ese pequeño pueblo que parece una "isla". Lo mismo de siempre, la misma gente, los mismos edificios, el mismo aburrimiento... Cuando allí el hecho de que una nueva familia se mude sea equiparable a la noticia de una catástrofe mundial. Qu...