Día 29: Dientes

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Las figuras erguidas, en aquel frio piso parecían mirarlo de manera amenazante, sus miradas frías como el mismo metal del que estaban hechas, sus garras afiladas listas para atacarlo y los enormes dientes que sobresalían de sus fauces abiertas, daban un aspecto de ser una fiera a punto de atacar a su presa.

Bud recordaba con claridad que ambos mantos sagrados nunca se separaron de él y de su hermano hasta que se adentró a la cabaña, que apenas entro ambos soltaron los cuerpos mal heridos para posarse justo frente a él en su forma de objetos, dos tigr...

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Bud recordaba con claridad que ambos mantos sagrados nunca se separaron de él y de su hermano hasta que se adentró a la cabaña, que apenas entro ambos soltaron los cuerpos mal heridos para posarse justo frente a él en su forma de objetos, dos tigres de colores diversos, ambos mirando fijamente hacia adelante, a quien sería su presa.

Bud recordaba con claridad que ambos mantos sagrados nunca se separaron de él y de su hermano hasta que se adentró a la cabaña, que apenas entro ambos soltaron los cuerpos mal heridos para posarse justo frente a él en su forma de objetos, dos tigr...

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Días se convirtieron en semanas y semanas en meses y los meses en estaciones. Y con el paso del tiempo parecían convertirse en los ojos de los dioses, dioses que vislumbraban aquel designio impartido. Con el pasar del tiempo ambos mantos sagrados seguían inamovibles en aquella esquina, siempre vigilando, siempre atentos a cada movimiento de los dos hermanos, siempre expectantes.

Vieron el amor fraternal nacer de la nada, el odio en las miradas, silencios interminables, un pedido de expiación, el arrepentimiento, la resignación. Una lucha diaria que tardo demasiado en ser ganada solo para comenzar otra. Un perdón que cruzo la puerta, disculpas sin razón.

Solo se movieron una vez, una feroz tormenta azotaba la región, la oscuridad de la cabaña era notoria, más los intrusos que irrumpieron no las vieron. Se movieron solo porque el cosmos de sus portadores se alejó, a donde el cosmos de uno las llevo, a aquella habitación donde todo comenzó 22 años en el pasado.

Y en ese instante, a poco tiempo de cumplirse un año de su despertar, sus miradas seguían fijas y expectantes, sus colmillos afilados siempre brillando. El portador del manto blanco se acercó serio, manteniendo su porte orgulloso y tomo una parte de la pata del manto, esperando que su hermano en la cama no lo notara, al darse media vuelta lo noto muy concentrado dibujando, emocionado.

— ¿Qué dibujas Syd? — pregunto acercándose.

— Necesitamos un nuevo escudo de armas — respondió antes de mostrarle el dibujo, donde se veía dos tigres en la misma posición de los mantos sagrados, ambos mirando al frene, listos a atacar, pero nunca atacándose el uno al otro —. El de nuestra familia siempre fue un tigre...mejor que sean dos, como nuestros mantos ¿Te gusta?

— Syd, iré al pueblo a ver al herrero — anuncio mirándolo severamente.

— ¿Qué? Me niego...

— Debo ir — exclamo colocando sus manos en los hombros de su gemelo —. Es el momento indicado.

— ¿Por qué? Bud, por favor...

— Nuestros padres duermen, los bebés duermen, regresare antes del amanecer, cuando la tormenta se violente, lo prometo.

— Claro, lo entiendo, el regalo para los bebés — respondió con seguridad, lo comprendía, pero aun así quería evitar que su hermano se fuera a atravesar una tormenta de nieve y granizo que fuera del hogar se encontraba azotando la región —

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— Claro, lo entiendo, el regalo para los bebés — respondió con seguridad, lo comprendía, pero aun así quería evitar que su hermano se fuera a atravesar una tormenta de nieve y granizo que fuera del hogar se encontraba azotando la región —. Aun así...

— Y también hare reparar el hombro de mi manto sagrado, confió en ti, cuida de nuestros hijos en mi ausencia.

Syd asintió mirando a los dos pequeños bebés acostados a su lado, pero confiaba en Bud, sabía que él era un luchador, y no se dejaría morir, que iría con seguridad a su destino y regresaría a su lado, como cada mañana cuando salía para abastecer su hogar.

Bud se colocó la capucha de su capa, cubriendo sus ojos mientras salía a prisa, si salía con tiempo llegaría antes que el herrero cerrara sus puertas para hacerle aquel encargo, importante, un regalo como el que sus padres le hicieron al nacer, y al mismo tiempo esperaba que pudiera arreglar el daño de su manto. Antes de salir miro el dibujo, no se veía mal, más bien tenía un encanto y al ver los dos mantos observando a cada lado de la chimenea no lo dudo, tomo el dibujo y lo llevo consigo.

Fictober 2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora