Capítulo IV

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"Mis galletas acaban chamuscadas..."

No te recomiendo un viaje por las sombra si te da miedo: a) la oscuridad b) los escalofríos que te recorren la columna c) los ruidos extraños d) correr a una velocidad que parece que te va a pelar la cara.
En otras palabras, me pareció alucinante. No veía absolutamente nada.

Y, de golpe, las sombras se disolvieron para mostrar otro escenario. Estábamos en un risco en los bosques de Connecticut, o al menos eso parecía.
La casa, blanca y de estilo colonial, era de dos pisos. Aunque tuviera la autopista al lado, daba la sensación de estar plantada en medio de la nada. Se veía luz en la ventana de la cocina. Bajo un manzano había un columpio oxidado.
No me imaginaba a mí mismo en una casa como aquella, con un patio verde y esas cosas. Había vivido toda mi vida en internados o en minúsculos apartamentos. Si realmente aquella era la casa de Luke, no entendía por qué hubiera querido marcharse de allí.

La Señorita O'Leary se tambaleó. Nico me había advertido de que el viaje la dejaría agotada. Bajé de su lomo y ella soltó un bostezo antes de caer redonda al suelo, haciéndolo temblar.
Nico apareció a mi lado.

— Estoy bien. — acertó a decir, restregándose los ojos.

— ¿Cómo lo has hecho?

— Es sólo cuestión de práctica.

La Señorita O'Leary empezó a roncar.
De no haber sido por el ruido del tráfico, hubiera despertado a todo un vecindario.

— ¿Tú también te vas a echar una siesta? — le pregunté a Nico.

Nico meneó la cabeza.

— La primera vez quedé dormido una semana. Ahora sólo me deja un poco adormilado.

Observé con atención la casa colonial blanca.

— Bueno, ¿y ahora qué?

— Ahora llamamos al timbre.

————— ψ —————

Si hubiera sido la madre de Luke, no les hubiera abierto la puerta a dos chicos desconocidos en mitad de la noche. Pero aquella no parecía la madre de Luke.
Eso lo supe incluso antes de llegar a la prueba inicial.

— ¿Listo?

En cuanto llamó, la puerta se abrió de par en par.

— ¡Luke! — exclamó alegremente la anciana.

Tenía el aspecto de una aficionada a meter los dedos en los enchufes. Su pelo blanco salía disparado en todas las direcciones. Llevaba un vestido rosa lleno de manchas de ceniza y trozos chamuscados. El cutis se le ponía tirante al sonreír, y la luz de alto voltaje de sus ojos me hacía preguntarme si sería ciega.

— ¡Ay, mi querido muchacho! — dijo, abrazando a Nico. Cuando me vio sonrió y exclamó — ¡Luke!

Se desentendió de Nico y me dio un abrazo. Olía a galletas chamuscadas. Era tan flaca como un espantapájaros, pero eso no le impidió estrujarme hasta dejarme casi sin aliento.

— ¡Vamos, entra! — insistió — ¡Tengo preparado tu almuerzo!

Nos hizo pasar a la sala de estar, que era todavía más extraña que la entrada. Había espejos y velas por todos lados, e incluso un Hermes de bronce en las manecillas del reloj.
Intenté imaginarme al dios con aquella mujer, pero la idea me resultaba estrafalaria.

𝐓𝐇𝐄 𝐋𝐀𝐒𝐓 𝐎𝐋𝐘𝐌𝐏𝐈𝐀𝐍 || PJO 🔱Donde viven las historias. Descúbrelo ahora