Capítulo 2.

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Samara

Estaba molesta.

La actitud que ese hombre tuvo conmigo, no me agradó en lo absoluto. Y no podía entender como alguien lograba soportar estar cinco minutos al lado de ese ser humano. Era insoportable.

Eliam Ibarra era lo peor que había conocido en mi vida. Y eso, que solo estuvimos juntos menos de media hora. Pero aun así, fueron suficientes minutos para darme cuenta de que era un: «IMBÉCIL».

Cuando salí de la oficina solté todo el aire que estaba conteniendo y me encontré con Alisa, sentada en uno de los muebles de la sala. Sus largas piernas estaban cruzadas una encima de la otra y deslizaba sus dedos por la pantalla de su teléfono. La mujer al darse cuenta de mi presencia, giró su cabeza y me dedicó una sonrisa llena de alegría.

Era tan distinta a su insufrible y arrogante hermano.

—¿Cómo te fue?

Era una buena pregunta, que no podía responder con sinceridad.

¿Qué le iba a decir: «Insulté a tu hermano en mi primer día de trabajo, porque él me insultó primero y solo quise defenderme»?

Quizás si le decía eso, hasta ella misma me insultaba. Y como no quería otro insulto más, preferí quedarme en silencio e intenté sonreír.

—Supongo que bien.

—¿Te contrató?—sus ojos me miraron curiosos.

—Sí, tengo el trabajo.

—¡Felicidades, sabía que lo lograrías!—su sonrisa se amplió, se levantó del asiento quedando a mi altura y me abrazó—. ¡Bienvenida a la familia!

—Gracias.

Estaba segura de que mis mejillas se habían enrojecido. Alisa era muy extrovertida, y aunque nuestras personalidades eran un poco parecidas, no pude evitar apenarme por su muestra de afectó.

—¿Y qué te dijo Eliam?

—Me dijo que usted me daría algunas indicaciones.

—Eso es correcto—asintió con la cabeza—. Se podría decir que soy como su mano derecha. Mejor dicho, como su secretaria.

Sonrió una vez más.

Le devolví la sonrisa, pero fui incapaz de dejar de pensar en lo sucedido. No podía creer como unas simples palabras podían llegar a afectarte tanto, hasta el punto de no poder ser capaz de sacártelas de la cabeza.

—¿Puedo hacerle una pregunta?

—Por supuesto, las que quieras.

—¿Mi forma de vestir, es infantil?—bajé la cabeza, apenada. No quería mirarla a los ojos—. Lo pregunto por mi blusa de fresitas.

—¿Quieres que te diga la verdad?—preguntó mientras comenzaba a caminar hacia las escaleras. Asentí con la cabeza y la seguí—. La primera vez que te vi en la agencia de trabajos, me pareciste una chica demasiado linda, y al notar tu manera tan colorida de vestir, me agradaste sin conocerte. Tus gustos te caracterizan, transmiten tu esencia y quien no sepa admirarlos es tremendo imbécil.

Eso me hizo sonreír.

Fue como una curita a mi corazón, el cual estaba agobiado por las palabras de un desagradable ser humano.

—Esta será tu habitación—dijo ella cuando llegamos al segundo piso de la casa.

—¿Dormiré aquí?

—Sí—afirmó, un poco confundida—. Pensé que mi hermano te lo había dicho.

«No tuvo tiempo de hacerlo, por estar mirando mi manera de vestir».

Mi perfecta melodía, (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora