Capítulo 3.

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Samara

Cuando llegué frente a la oficina, respiré profundo y traté de organizarme la camisa y el cabello. Siempre pensé que la presencia de una persona era importante, porque decía mucho de sí misma. Y estaba completamente segura de que alguien, jamás llegaría a tomar en cuenta a una persona que se viera tan desarreglada o descuidada con su apariencia.

Mucho menos, alguien tan exigente como Eliam.

Bajé la mirada y observé la prenda blanca repleta de botones, en conjunto con el pantalón negro de tela suave que llevaba puesto e hice una mueca. Odiaba los colores simples. Sí, eran elegantes, pero siempre sentí que carecían de alegría, de brillo, de vida.

Los colores fuertes y llamativos, eran los que me encantaban. Sentía que demostraban que el mundo podía ser un lugar feliz.

Aunque a veces fuesen todo lo contrario.

—Buenos días.

Me mantuve seria, en cuanto entré a la oficina.

—Buenos días—respondió una voz femenina.

—Disculpe—dije avergonzada, al darme cuenta que mi jefe no se encontraba en su oficina—. No sabía que usted se encontraba aquí.

Era una mujer alta, de cabello oscuro, el cual le llegaba a la altura de su mandíbula. Sus ojos eran marrones oscuros, tan penetrantes como los de un león que no aparta la vista, porque está a punto de devorar a su presa.

—No sabía que Eliam tenía novia.

—No soy su novia.

Quizás en mi cara se expresó un notable: «Ni Dios lo quiera».

—¿Y entonces, quién eres?—me miró de forma despectiva—. Nunca te había visto.

—Soy la nueva niñera.

—¡Gracias al cielo!—exclamó, moviendo su cabello hacía los lados—. Era de suponerse, Eliam no puede tener tan malos gustos.

Mis ojos se abrieron de par en par.

Aunque nunca me consideré una mujer perfecta, me amaba por completo. Era hermosa. No tenía la necesidad de escucharlo de la boca de alguien más, porque yo lo sabía.

No necesitaba que me lo dijeran.

Tenía un abundante cabello castaño, los ojos marrones casi como el color de la miel y en mis labios contaba con un pequeño piercing. Estaba consciente de que valía mucho, tanto por ser una hermosa mujer, como por los valores que tenía dentro de mí. Por eso, jamás iba a permitir que alguien me humillara por mi físico.

—Siendo así, que el señor Eliam no tenga malos gustos—comencé a hablar—. Me hace suponer que usted no podría tener una relación con él.

Sus cejas por poco se unen.

Una notable confusión invadió su rostro.

—¿Qué has dicho?

—No repito las cosas—le sonreí, divertida—. Al buen entendedor, pocas palabras.

—Eres una…

Intentó responder con furia, descargando toda la ira que le produjo mis palabras, sin embargo fue interrumpida cuando Alisa abrió la puerta de la oficina, dejando ver su cabello negro recogido en una coleta alta, sus lentes negros encima de su cabeza y una falda que resaltaba sus delgadas piernas.

—Buenos días.

—Buenos…

Intenté responder a su saludo, pero algo me lo impidió.

Mi perfecta melodía, (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora