Capítulo 8.

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Samara

—¿Puedo entrar?

La pregunta escapó de mis labios mientras abría la puerta de la oficina de Eliam. Al entrar, lo encontré sentado frente a su escritorio, con la mirada fija en la pantalla de su laptop. Sus manos se extendían sobre el teclado, presionando cada tecla con una destreza que me sorprendió.

—Ya está adentro, Samara—dijo, sin apartar la vista de la pantalla.

Sonreí, pero él no levantó la mirada.

—Ella era muy hermosa—comenté, mirando la foto enmarcada sobre su escritorio. Era una imagen de una mujer delgada, con cabello rubio que caía en suaves ondas y ojos marrón oscuro.

—¿De qué habla?—preguntó Eliam, girando un poco la cabeza hacia mí, pero sin mirarme directamente.

—De su esposa—respondí, sintiendo que era un tema delicado—. Se parecía a Massiel.

—Massiel es el vivo retrato de su madre—reconoció, y en su voz había una matiz de tristeza que me hizo sentir incómoda.

Era evidente que el recuerdo de su esposa aun le afectaba.

—Sí, ambas son muy…

—¿Qué necesita, Samara?—me cortó, sin delicadeza.

—Quería informarle que la señorita Claudia lo busca.

—Dile que pase—ordenó él, volviendo a concentrarse en la pantalla.

Elevé mi mano hacia mi frente en un gesto casi automático, como si estuviera saludando a mi superior, y después de hacer el gesto, salí de la oficina con paso firme hacia la sala de la casa. La rubia se encontraba de pie mirando atenta los cuadros que adornaban las paredes.

—¿Qué dijo Eliam?

—Puede pasar.

Y de manera automática en mi mente se reprodujo un recuerdo: Va a verme limpiecita como un sol, soy yo, el limpiador de pocetas max.

No pude evitar soltar una risa. Los comerciales venezolanos eran verdaderas joyas.

Claudia volteó a mirarme extrañada, tal vez pensando que estaba loca. Rodó los ojos, como si mi risa la incomodara, y, después de lanzarme una mirada poco amigable, se dirigió a la oficina de Eliam.

No quise ser entrometida en lo absoluto, pero, aunque quisiera negarlo, la curiosidad me estaba consumiendo. Y me preguntaba qué tipo de relación tenían ambos. Claudia siempre había tenido conmigo una actitud un tanto arrogante, y ver como interactuaba con Eliam me intrigaba.

¿Era solo una relación profesional o había algo más?

—¡Buenos días, Eliam!—saludó Claudia, con alegría.

Dejó su cartera en una de las sillas giratorias y caminó hacia el hombre que estaba sentado, quien, al notar su presencia, cerró su laptop de inmediato. Ella se inclinó hacia él y le plantó un beso en la mejilla, muy cerca de sus labios, una acción que me dejó sorprendida.

Era atrevida esa chama.

—Buenos días, Claudia—dijo, incómodo—. ¿Cómo estás?

—Excelente.

—Me alegra escuchar eso—respondió Eliam, intentando parecer relajado, aunque su expresión delataba una clara incomodidad.

Ella sonrió.

—Lo único es que no he dejado de pensar en ti—confesó, acercándose un poco más.

Eliam quedó en silencio, como si esas palabras lo hubieran dejado sin aliento. Ella, sin perder la oportunidad, se acercó aún más, rodeó su cuello con los brazos y, con una astucia que me dejó boquiabierta, terminó besándolo suavemente. Mi boca formó una O enorme. Por un breve instante sentí la necesidad de apartarme, pero no pude hacerlo cuando vi como Eliam, después de un momento de sorpresa, la tomó de los hombros y la apartó de sus labios.

Mi perfecta melodía, (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora