Capítulo 5.

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Samara

Cuando afirmé mis pies sobre el suelo y cerré la puerta del taxi, agradecí mentalmente haber llegado a mi destino. Me había librado por completo del desagradable olor de la gasolina. Lo cual era demasiado caótico.

Solté un suspiro pesado y enfoqué mí vista en el carro que se encontraba estacionado frente a la empresa de Eliam, la cual era un edificio alto de varios pisos, que por cierto tenía unas enormes letras plateadas que decía: «Melodía». Mis cejas se unieron extrañadas. Jamás había conocido una marca de chocolates que tuviera ese nombre.

—Da la vuelta, coloca las manos en el auto y entrégame el teléfono—ordené, imitando una voz masculina.

Esteban quedó estático en su sitio, metió su mano derecha dentro del bolsillo de su pantalón y sin mirar atrás, me entregó su móvil.

La risa quiso salir, pero me controlé.

Tomé el teléfono y cuando estaba lista para revelar mi identidad, él se giró de una manera demasiado rápida, me recostó con fuerza sobre el auto e hizo que mi espalda quedara intacta ante aquel objeto. Apretó mis muñecas con fuerza y mantuvo sus ojos fijos en los míos.

—Ah, eres la niñera de mi jefe.

—Soy la niñera de las hijas de tu jefe—le corregí.

—Es casi lo mismo.

—No, no es lo mismo.

—¿Por qué?—no dejó de mirarme—. ¿No te gustaría ser su niñera?

—¡Por supuesto que no!

Él soltó una carcajada.

—¿De verdad creíste que me comería el cuento, de que eras un ladrón que solo quería robarme el teléfono?—preguntó él, con diversión—. ¿A caso te parezco tonto?

—A veces.

Esteban volvió a reírse, esa vez con ironía.

—No me conoces en lo absoluto, Samarita.

—Estoy bromeando Esteban, tampoco te lo tomes muy enserio—respondí, dándole un leve empujoncito para que me soltara y se alejara de mí—. Además, no estoy aquí por ti. Necesito hablar con el señor Eliam.

—Él no quiere recibir visitas.

—¿Te lo dijo a ti?—pregunté, irónica.

—Menos de personas inoportunas como tú—continuó él, como si antes no le hubiese hecho una pregunta.

—Idiota.

—No suelo discutir con las mujeres, me parece que podría herirlas con mis palabras. Por eso, haré como si no has dicho nada—esbozó una sonrisa—. Además, ni siquiera te conozco.

Con respecto a eso, él tenía toda la razón.

Y ese siempre fue un gran defecto en mí, solía tratar a las personas como si las conociera de toda la vida. Y aunque existían algunas que se sentían cómodas con mi trato hacia ellas, otras personas solían mirarme como si me faltaran algunos tornillos.

—Reconozco que hemos comenzado con el pie izquierdo, ya que quisiste involucrarme en una conversación en la cual no tenía que estar, y yo intenté bromear contigo sabiendo que no hay confianza entre ambos, entonces es mejor que nos presentemos—le devolví la sonrisa—. Soy Samara Piragibe.

—¿Te presentarás de esa forma, tan simple?

—¿Y cómo quieres que me presente?

Él sonrió.

Mi perfecta melodía, (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora