Capítulo 6.

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Samara

Cuando entré a la cocina, lo primero que hice fue fijar la mirada en la persona que intentaba cocinar, algo que me pareció bastante extraño. La familia Ibarra contaba con empleados de todo tipo: guardaespaldas, mayordomo, jardineros, niñera y, por supuesto, una cocinera que se encargaba de todo.

Sin embargo, Alisa estaba frente a la cocina, revolviendo algo en una de las ollas. Llevaba un delantal amarillo y tenía el cabello recogido en una coleta alta.

—Buenos días, Alisa—le sonreí.

La pelinegra volteó a mirarme, devolviéndome una sonrisa cálida.

—Buenos días, Samara—desvió la mirada hacia la olla—. ¿Y las niñas?

—Se acaban de ir a clases.

—Menos mal—suspiró—. Anoche se acostaron casi a la medianoche. Estoy segura de que si se hubieran quedado dormidas sin ir a clases, Eliam las habría castigado. A veces es tan odioso.

—¿A veces?—dije con sarcasmo.

—Todo el tiempo—comenzó a reír—. Creo que esa odiosidad la heredó de nuestro padre.

—¿Y el señor Eliam siempre ha sido así?

—No, antes no lo era.

—¿Era más alegre?

Lo dudaba, pero no perdía nada al preguntar.

—Era un hombre divertido—me sorprendió escuchar eso—. Hablador y sí, era alegre. Digamos que era feliz, pero la muerte de Melissa lo encerró en una burbuja de dolor de la cual no ha podido salir desde entonces.

—Supongo que debió ser difícil para él.

Alisa asintió.

—Uno nunca está preparado para perder al amor de su vida.

—Totalmente—expresé, mientras seguía pensando en el tema.

Pensé en como la muerte puede cambiar tantas cosas, incluso el rumbo de la vida. Un día estás haciendo planes con tu familia, amigos y compañeros de trabajo, y al siguiente, te das cuenta de que la perdida de alguien que amabas lo transforma todo. Nadie habla de esto, pero sucede a diario. Todos sabemos que ese día llegará, pero nadie está listo para enfrentarlo.

—Samara—me llamó Alisa, sacándome de mis pensamientos—. ¿Puedes ayudarme a lavar los platos?

—Sí.

—No quiero abusar de tu confianza, pero me siento tan estresada. La comida siempre me queda deliciosa, o eso dice mi familia. Pero la verdad es que odio cocinar.

—¿Y entonces, por qué lo haces?

—Porque es mi deber.

—¿Y no se supone que para eso contrataron a una cocinera?—me atreví a preguntar.

—Sí, pero Helen está muy cansada. Cuando su cuerpo colapsa por el estrés, sus pies se hinchan porque no descansa lo suficiente. Ella habló con Eliam y le pidió al menos tres días de descanso, pero él decidió darle tres semanas para que se recupere, las merece.

Eso me sorprendió.

Mucho, en realidad.

—Que considerado.

—Eliam es bueno cuando se lo propone—sonrió ella.

—Me parece bien.

No supe que más decir.

—Entonces—me miró—. ¿Me ayudarás?

Asentí y fingí una sonrisa, mientras pensaba en pegarme un tiro en la cien.

Mi perfecta melodía, (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora