Capítulo 4.

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Samara

Me encontraba sentada encima de mi cama, con los audífonos en mis oídos. Escuchaba algunas de mis canciones favoritas, mientras revisaba mis redes sociales, en ese momento: «Facebook». Hasta que me apareció la sección de «Personas que quizás conozcas». Comencé a deslizar mi dedo por la pantalla, hasta que apareció Eliam Ibarra.

Me quedé un poco sorprendida.

Pero, solo así con ver su nombre recordé lo que pasó ese día: «Me regaló fresas». Y no tuve la oportunidad de agradecerle, no tanto por las fresas., quería agradecerle por el trabajo, porque me sentía en parte un poco culpable por lo que había sucedido con Alisa y Massiel. Por ese entré a su perfil y le envié una solicitud de amistad, pero no conforme a eso, también decidí enviarle un mensaje:

Yo: Señor Eliam, le agradezco por el detalle que me obsequió, aunque no debió hacerlo.

No sé porque sentí nervios, pero los sentí.

Y aún más, cuando me di cuenta de que su respuesta no tardó ni siquiera tres minutos en llegar.

Él: ¿Cómo encontró mi red social?

¡Qué grosero era ese hombre!

Yo: Le estoy agradeciendo.

Él: Y yo le estoy preguntando, así que responda, Samara.

Rodé los ojos sin poder evitarlo. Eliam era un hombre demasiado grosero. ¿Por qué simplemente no podía decir un: «De nada»? Así nos ahorrábamos esa plática absurda.

Yo: Encontré su red social de la misma manera que encuentro la de cualquier persona. Por su nombre y apellido.

Él: Entonces, ¿Yo soy cualquier persona?

Mi cara fue tipo: «¿Ah?»

Y después se cambió por una sonrisita picara.

Si él había comenzado a responderme de esa forma tan grosera desde el principio, yo no me iba a quedar de brazos cruzados.

Yo: No señor. Usted es la persona que humilla a los demás por su forma de vestir.

Él: ¿Aún no olvida eso?

Yo: Dijo que me vestía como niña, ¿Cree que voy a olvidarlo tan fácil?

Él: No pensé que fuese tan sensible.

Inhalé aire, lo más que pude.

Yo: No sé ni porque le escribí. Es tan odioso.

Él: Es mi mejor cualidad.

Yo: Ridículo.

Después que le di al botón de enviar, me invadió un sentimiento de culpa y miedo a la vez.

¡Acababa de insultar a mi jefe!

¡No podía ser posible!

Él: Más respeto, por favor. ¿O acaso quiere que la despida?

Yo: Por supuesto que no. No nací en una cuna de oro, así que necesito el trabajo.

Mi respuesta al parecer lo dejó sin palabras. Pasaron varios minutos en los cuales su respuesta no llegó, por lo que eso me hizo pensar en que no respondería más. Pero mucha fue mi sorpresa cuando mi teléfono volvió a sonar.

Él: ¿Qué le hace creer que yo sí?

Yo: Su forma de hablar y de comportarse, lo dice todo.

Mi perfecta melodía, (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora