Capítulo cuatro

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Para Anita Snape,

Si este fic consigue sacarte una risa, me daré por satisfecha.

El profesor de pociones y el profesor de DCAO

Paseó lentamente acechando entre las sombras, el sol le dio en los ojos y se escondió en el linde del bosque. El aire comenzaba a ser más fresco, pero aun traía ciertas reminiscencias del verano. No es que disfrutara en exceso del aire libre. Pero en esa ocasión era mejor que quedarse un domingo encerrado en las mazmorras evitando a sus estúpidos alumnos. Necesitaba un poco de aire, estar tranquilo, a solas, sin directoras con sus incesantes parloteos, ni compañeros tratando de sacarle conversaciones que no le interesaban, ni mocosos incompetentes... Necesitaba estar solo y tranquilo.

Dejó que su capa hondeara tras de sí y cómo llevaba haciendo desde que había entrado en el castillo con once años, cogió un libro y se sentó a los pies de un viejo árbol, entre las raíces. Apoyando la espalda contra el tronco rugoso leyó con calma aquel libro que posiblemente había leído varias veces.

Era animal de costumbres, lo reconocía.

Mismas rutinas, mismos horarios, misma ropa, mismo pelo y mismo odio hacia la incompetencia y al ser humano en general.

Se tiró casi toda la mañana apartado del mundo, sumergido entre aquellas páginas que le causaban tanto interés sin importar las veces que las hubiese leído.

Su estómago gruñó con fuerza. Hizo una mueca molesto, ignorando el sonido que hacían sus tripas en señal de protesta. Volvió de nuevo a su lectura, pero su estómago no estaba por la labor de dejarle seguir leyendo sin haber comido algo previamente.

Bufó molesto, cerró su libro y caminó lentamente de vuelta al castillo.

A pocos metros de allí vio una figura femenina tumbada contra las piedras que formaban aquella pequeña cala en el lago. Tenía los ojos cerrados, las facciones relajadas, la cabeza apoyada bajo su chaqueta, y una de sus manos sujetando un libro que reposaba tranquilamente sobre su estómago.

El libro estaba abierto y pudo reconocer sus cubiertas de cuero negro gastadas. Era el ejemplar que le había dado. No pudo evitar dejar entrever un pequeño gesto de satisfacción, casi cómo una media sonrisa.

Se veía que Granger estaba disfrutando de los rayos del sol de septiembre.

No pudo evitar fruncir el ceño con curiosidad. Estaba sola, ni la mata de pelo zanahoria, ni la lunática esa, ni el inútil de Longbottom estaban con ella. Estaba sola en una zona apartada del resto, dentro de los límites del colegio, pero bastante más lejos de lo que solían alejarse los mocosos; incluso lejos de los adolescentes hormonados que buscaban sitio para babearse y toquetearse cómo chimpancés en celo.

A pesar del sigilo, los guijarros bajo sus zapatos crujieron delantándolo.

Hermione se asustó por el ruido y automáticamente se levantó con la varita en mano lanzando un stupify sin ni siquiera mirar. Snape agitó su varita rápidamente desviando el hechizo.

-Perdone.- Se disculpó asustada guardando la varita. Los años de guerra le habían agudizado los sentidos, quizás demasiado. Era un viejo hábito que no lograba quitarse de encima.

-No está mal Granger.- Declaró seco.- ¿Tiene por costumbre atacar a todos los que se le acercan?- Preguntó con una ceja alzaba y cruzándose de brazos.

-Sólo aquellos que se acercan cómo si acecharan a una presa.

-La próxima vez vendré haciendo aspavientos con los brazos y gritando cómo una banda de arpías para que me vea llegar.- Escupió con asco, a pesar de su tono despreciativo la bruja no pudo evitar reír ante la idea de ver al profesor en aquella tesitura. Snape alzó una ceja.

El último añoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora