Capítulo X

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Capítulo X

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Capítulo X

Sus labios se movieron sobre los suyos, al principio con lentitud. Se estaban reconociendo el uno al otro, disfrutando de una sensación que hacía muchos años que no sentían. Pero, cuando, las manos de ella se enredaron entre los cabellos cortos de su nuca, el beso comenzó a perder su lentitud y Bucky no pudo más que acercarse más a la chica, acorralándola entre su cuerpo y la pared. Ella estaba mareada, perdida en el sabor de su boca, en la caricia de sus labios, en el calor de su anatomía que podía percibir aún a través de la ropa. Doce años habían pasado desde la última vez que sintiera algo así. Sus brazos la rodearon con firmeza y la castaña sintió su cabeza chocar contra la pared, a la vez que una manos grandes y cálidas le recorrían la espalda, enviando un delicioso estremecimiento por toda su piel, uno que la llevó a empinarse más, a apoyar su peso en él, a buscarle los labios con más ímpetu.

Wanda sabía que aquello estaba mal. Sabía que sólo complicaría las cosas, que volvería todo muy incómodo y, es que, ella aún lo quería, nunca había dejado de hacerlo. Pero, ¿y él? Estaban en la casa que él había compartido con otra mujer, ayudando a cuidar de la hija de otra, besándolo mientras que en la sala las fotografías de María pululaban por doquier. Todo ese cúmulo de pensamientos cruzó por su mente en una vorágine que se desvaneció cuando se apegó a su cuerpo y notó su excitación bajo la tela de sus pantalones de diseñador. Bucky tenía cuatro años sin tocar a una mujer. El embarazo de María había sido muy complicado y, luego, después de su muerte, no había tenido tiempo ni ganas de buscarse a nadie para calentar su cama. Pero, en ese momento, sí tenía ganas. Y muchas.

Entre besos y tropezones, se dirigieron al cuarto de Wanda, cercano al de Rosie. Fue una decisión inconsciente, pero, ella lo agradecía. No quería dejarse llevar por ese fuego que volvía a encenderse en su interior sobre las sábanas de la cama que él había compartido con otra mujer. Cayeron sobre la colcha, enredados, sin darse el tiempo de pensar más en si aquello estaba bien o no. Las manos ágiles de él la despojaron del sencillo vestido de lino que llevaba ese día y, de inmediato, sintió sus labios atacando la piel de su vientre, justo debajo del sujetador. Él recordaba, como si hubiese sido el día anterior, los puntos de su cuerpo que la hacían sucumbir a sus instintos. Wanda encerró el gemido que pugnaba por salir de sus labios y se arqueó en la cama, quedando a su entera disposición. También ella recordaba lo que era estar entre sus brazos, dejándose modelar como masilla entre sus manos.

Pronto la ropa dejó de ser un impedimento para sus ansias y él se perdió en la exploración de su cuerpo, detallando los pequeños cambios en su fisionomía. Durante su ausencia, ella había madurado y su cuerpo había asumido sus formas definitivas. Sus senos, grandes y firmes cabían perfectamente en sus manos y él se deleitó en probarlos con lentitud, delineando sus formas y sus montes con minuciosa paciencia. Su cintura era igual de estrecha que antes y su piel aún era suave y sedosa en aquellos lugares que el sol no veía con frecuencia. Tenerla así, tan entregada y dispuesta lo llevó de regreso a sus diecisiete, a la época en la que creía que tenía el mundo en las manos y que el futuro brillaba como un trofeo, la época en la que aún la vida no se ensañaba con él.

Wanda deslizó las manos por su espalda mientras él se acomodaba entre las piernas que lo acogieron con entusiasmo. Sus manos dibujaron la larga cicatriz de su espalda y, por un segundo, estuvo a punto de detenerse, acosada por el recuerdo de su culpa. Pero, él, intuyendo todo aquello, no la dejó pensar de más y entró en su cuerpo de una sola estocada, gruñendo por el calor de infierno que lo envolvió y lo estrujó y le quitó todo pensamiento coherente. Tuvo que forzarse a sí mismo a pensar en algo más, a no concentrarse en la suave humedad que estaba volviéndolo loco. Habían sido demasiados años de abstinencia, después de todo. La chica enterró las uñas en su espalda y él se centró en aquella sensación para retirar suavemente sus caderas. Su vaivén fue tentativo al inicio. Se dieron el tiempo de saludar a cada sensación, a cada estremecimiento, sorprendiéndose gratamente al notar como sus cuerpos se acoplaban el uno al otro con naturalidad.

Y entonces todo perdió todo sentido y dirección. Se convirtieron sólo en dos cuerpos ansiosos, sudorosos, desesperados por más. Ella le llenó los oídos de gemidos y jadeos y él se hundió en ella una y otra vez, llevándola de la mano a un final que los sorprendió, los envolvió, los arrastró y los dejó desmadejados sobre la cama. Wanda tragó, intentando humedecer su garganta seca y buscó su mirada, esperando ver algún signo de arrepentimiento. Pero, lo único que encontró fue la sonrisa suave del hombre que había amado sin pausas la mitad de su vida. Bucky posó una mano en su mejilla y la atrajo hacia él, abriéndole los labios en un beso lento y cadencioso, diferente a los que habían compartido sin cesar minutos antes. Wanda se relajó contra su cuerpo y respondió a su beso con entusiasmo cuando un llanto agudo los sacó de su ensoñación. Se separaron con rapidez y se miraron sorprendidos por un segundo antes de compartir una risita divertida.

⸺ Yo voy...⸺ anunció él, poniéndose los pantalones con rapidez y saliendo de su cuarto en dirección al de la pequeña Rosalie. Wanda lo observó salir y sólo entonces detalló la extensión de la cicatriz que cubría su columna.

Mientras recordaba las palabras de Natasha, escuchó su voz cálida consolar a su hija en susurros amorosos cuyo significado se perdía en la distancia del pasillo. "Dicen que no volverá a caminar..." había dicho ella, rompiendo su corazón en mil pedazos mientras se hundía en la culpa y la desesperación. Pero, él lo había conseguido. Milagrosamente, pero, lo había logrado. Con un suspiro, se acomodó entre sus sábanas, demasiado cansada y satisfecha como para levantarse a asearse. La soledad, sin embargo, trajo de nuevo aquellos pensamientos que la habían acosado ya antes. Lo que acababan de hacer complicaría las cosas muchísimo más de lo que pudieron haber sido en su momento. ¿Por qué no habían podido conformarse con una amistad?

"Porque tú no quieres una amistad con él" dijo una voz dentro de su cabeza y ella no pudo más que darle la razón. Y es que, en medio de toda su tragedia, del dolor que le provocaba la situación de Pietro, de todo lo malo que había pasado en los últimos meses, él se había erguido como su faro en medio de la oscuridad. No sabía que pasaría de ahora en más y, la verdad, es que no tuvo tiempo de seguir meditando sobre ello. El sueño se arrojó sobre ella como una bestia salvaje y, sin poder evitarlo, se durmió con rapidez, perdiéndose entre las brumas de la inconsciencia. Cuando Rosalie finalmente se durmió, Bucky se quedó en medio del pasillo, pensando en qué hacer. Por un lado, quería volver con ella, dormir a su lado, volver a acariciarla. Pero, por otro, no sabía qué decir, como afrontar la situación, ¿cómo se supone que se actúa en una situación así?

Dándose valor, regresó al cuarto de la chica y la encontró profundamente dormida entre sus sábanas. El hombre la observó unos segundos, detallando sus facciones delicadas, las largas pestañas oscuras, los labios llenos, su rostro de corazón, la barbilla pequeña y la nariz respingada. Era tan bonita... siempre había sido hermosa, de eso no había duda alguna. Y la forma en la que se le entregó, la forma en la que lo hacía sentir... Con un suspiro, entró al cuarto y recogió su ropa con lentitud, arrastrando luego sus pies a su propio cuarto. Luego de lo que había pasado, su cama le pareció enorme y solitaria, pero, no tenía más opción que poner distancia entre ellos. Cierto era que él no le guardaba rencor por lo que había ocurrido en el pasado, pero, la verdad es que aquello aún lo perseguía... especialmente al ver a su hija cada día. Si Rosie hubiera sido de Wanda... qué diferente hubiera sido todo.

A la mañana siguiente, se preocupó de salir muy temprano de casa. Se sentía como un completo cobarde, pero, aún no aclaraba sus ideas, pese a que la noche anterior no había hecho más que dar vueltas en la cama, pensando. Llegó al hospital con el rostro ojeroso y los hombros caídos. Lo esperaba un largo día por delante y, la verdad, es que él no tenía ganas de hacer absolutamente nada. Estaba extenuado. Saludó a su secretaria en la entrada de su oficina y entró a la consulta, sobresaltándose y casi derramando su café cuando vio quién lo esperaba. Un hombrón ya mayor, con el cabello entrecano y una tupida barba bien recortada lo miraba con fijeza, sentado frente a su escritorio.

⸺ Hola, yerno⸺ saludó, sonriente, enseñando sus dientes de tiburón. 

2 A.M.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora