El invierno es una mierda y dudo seriamente de que sólo lo sea aquí en Londres. Aunque no estuviera lloviznando se sentía la humedad en el aire, el viento soplaba con demasiada intensidad moviendo mis cabellos para delante de mí cara e impidiéndome la visión.
Con frustración tomo una goma para atar mi cabello de mala manera, al menos así no podrá molestarme en el rostro.
Mi teléfono móvil marca que son pasadas las ocho de la mañana y eso no juega a mi favor ya que las clases en la universidad empezaban a las siete y media. Apresuro el paso y entro casi corriendo en el edificio, la puerta de mi aula se encuentra abierta así que me asomo por esta.
—Señorita Ross, no voy a permitir que entre al aula.— dijo la dura voz del profesor Camacho—. Es usted una joven que tiene que responsabilizarse de sus actos, llegar tarde a la universidad sólo demuestra lo irresponsable que es.
—Lo lamento, yo...
—Usted nada, agradezca que no le digo de esto al rector porque sus notas son magníficas, el único inconveniente es tu falta de interés en llegar temprano. — su fría mirada se clava en mí, haciendo que mis huesos se congelen—. Fuera.
Agacho la mirada, no sin antes susurrar una última disculpa, me dirijo a la salida para sentarme en las escaleras y dejar caer la mochila a un lado de mi cuerpo.
—¿Empezando mal el día? — pregunta una voz totalmente desconocida para mí.
Mi mirada empieza a buscar el dueño de la voz pero no encuentro a nadie en mi campo de visión, ni en la izquierda, ni en la derecha, ni al frente...
¿Qué carajos?
—Ahí no... Ahí tampoco... — murmura con aburrimiento—. Ugh, los humanos a veces son tan lentos...
Una ráfaga de viento pasa por mi lado haciéndome cerrar los ojos por acto reflejo, al abrirlos me encuentro a un joven que aparenta tranquilamente los veinticinco años de edad, sus labios están curvados en una sonrisa...
Pero no cualquier sonrisa.
Ese tipo de sonrisas maliciosas que sabes que te van a traer problemas.
—¿De dónde has salido? — me es inevitable preguntar, mi entrecejo se frunce ligeramente mientras mis manos toman mi mochila en señal de defensa.
—He estado aquí todo el tiempo, tú eras demasiado lenta para verme. — se encoge de hombros de forma despreocupada—. ¿No deberías de estar en clases?
—Debería... Pero el señor Camacho no me dejó entrar. — comento apenada, de solo pensarlo la sangre se sube a mis mejillas haciéndome ver totalmente ridícula.
Lo veo tragar saliva cuando se fija en mis mejillas, sus puños se cierran a ambos lados de su cuerpo mientras sacude brevemente la cabeza.
—No puede ser que te hayas ruborizado solo por eso.— se sienta a mi lado pero su mirada está fija en el frente, como si todo lo que pueda ver sea más interesante que yo.
—No es mi culpa que me dé pena. — digo alzando mis cejas.
Este tío era muy extraño.
Demasiado para mi gusto.
Aunque hablando de gustos... El chaval no estaba para nada mal.
Escucho su suave risa, sincera y profunda. Mis ojos van rápidamente hacia él intentado descifrar que le ha parecido tan gracioso.
—Nada, no te preocupes.
—¿Qué? — pregunto totalmente, no recuerdo haber dicho nada como para que me responda.
—Ah, mierda... Pensé que habías hablado en voz alta.
Es que tampoco lo hice en voz baja, duh.
Pero bueno... Hagamos como si esta incómoda vaina no acabara de suceder...
Por un momento sus ojos y los míos se miran de una forma que podría resultar intimidante, sin embargo, se siente agradable mirarlo.
—Tus... Ojos. — murmuro arrugando mi nariz—. ¿Usas lentillas?
—¿Eh? — parpadeó confuso—. Oh si, lentillas...
Alzo una ceja incrédula.
O el chaval es tonto o está tratando de vacilar conmigo.
Sus labios se curvan en una sonrisa mientras se levanta, empieza a subir las escaleras sin siquiera mirarme.
Vale... Tal vez sea bipolar.
—Hey, ¿estudias aquí? — pregunto alzando la voz para que él me escuche, porque claramente no recuerdo haberlo visto antes en la universidad... Aunque bueno, tampoco conozco a todas las personas de la universidad.
—¿Me ves pinta de estudiar aquí? — pregunta, sus pies se detienen para evitar seguir subiendo las escaleras pero no voltea para mirarme.
Estoy pensando claramente que ando bien fea cuando este chico ni siquiera quiere mirarme.
—No te he visto antes... Pero la verdad es que no me detengo a mirar a todas las personas de aquí.
—Los ángeles como tú no deberían de perder el tiempo viendo a demonios como yo. — susurró girando su rostro, sus ojos todavía tenían ese color carmesí que me estaba volviendo loca.
—¿Y a ti quien te dice que soy un ángel? — cuestiono levantándome, la mochila se cae un par de escalones haciéndome maldecir pero cuando quiero tomarla ya hay alguien que me la está ofreciendo—. ¿Qué cojones?
—Esa boquita, Cyara. —murmura con diversión guiñándome un ojo.
¿Cyara?
¿Y este como se sabía mi nombre si no nos conocemos de nada?
—¿Cómo has llegado aquí si tú estabas...? — sacudo mi cabeza, debatiéndome en sí verdaderamente me estaba volviendo loca o si eran los efectos de madrugar.
—Tú eres demasiado lenta. —dice burlón.
Sus fríos labios hacen contacto con mi mejilla, dejándome más anonadada de lo que ya estaba.
—Por cierto, soy Christopher Vélez y no estudio aquí.— dice sonriente antes de entrar al edificio universitario.
Bien, Christopher...
Siento cierto aire misterioso a tu alrededor y pienso arriesgarme para no quedarme con intriga de lo que está pasando contigo.
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Mordidas Nocturnas
Vampire"Que su cara de ángel no te engañe, es igual o peor que nosotros los demonios." Tal vez fue el color rojo intenso de sus ojos lo que llamó su atención. Puede que sus colmillos le intrigaran. Quizás las pálidas caricias que repartía en su piel le cau...