UNA ORDEN IMPERIAL

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—Llegas tarde —dijo Enola cuando me vio llegar con Nates esa mañana en el bosque.

No es mi culpa. ¡Nates se las tuvo que arreglar para lanzarme la jarra de agua encima porque no me despertaba!

Cuando regresamos de Rasluan, Deckard me dejó en el palacio y se marchó después. El ambiente se volvió un poco extraño luego de aquella conversación, de que él aceptara llevarme a casa si pudiera.

Si pudiera. ¿En algún momento él podría hacerlo? Recuerdo a Lothi decir que, muy probablemente, el alma de Evelyn se perdió entre las distintas dimensiones y mi cuerpo está vacío, con palabras técnicas en coma. Pero sin una guía mágica que lleve mi alma a mi cuerpo, yo también corro el peligro de perderme entre las dimensiones si intento algo por mi cuenta. Todo eso lo estuve pensando anoche, mientras mi cabeza rememoraba cada cosa que vi en Rasluan, un lugar tan similar a mi hogar. Por un instante, incluso no quise irme. Es curioso, siento más conexión con ese imperio que con Menevras.

Enola me pide comenzar un pre-calentamiento de músculos mientras Nates descansa en la rama de un árbol. Por ahora, está todo bien. Luego me pide que corra durante treinta minutos. Ella lleva un conteo mágico. Bien, al menos no tengo que contar los minutos en mi cabeza, puedo enfocarme solo en correr y nada más.

El entrenamiento duro viene después de que acabo de correr. Me pide hacer ejercicios de todo tipo: desde sentadillas hasta flexiones, levantar rodillas. Y si no lo hago de la forma en que ella quiere, si me equivoco de alguna manera, tengo que comenzar de nuevo. Mi cuerpo está caliente, los músculos tensos y temblorosos, llevamos más de una hora y ya quiero parar. No lo hago.

Tengo, necesito, fortalecer el cuerpo de Evelyn. Sus brazos son delgados y delicados, sus piernas débiles. Estoy segura de que no sería capaz de sostener una espada si les pido a los caballeros una.

—Enola, creo que la dama ha hecho suficiente —dijo Nates, bajando del árbol.

Estoy haciendo flexiones, y Enola ha apoyado su pie en mi espalda, por lo que siento todo su peso sobre mí. Hace que mis músculos tiemblen perceptiblemente cada que me levanto.

—¿Suficiente? Apenas ha pasado hora y media desde que iniciamos. Esto no es nada. —Creo que está viéndome, no lo sé, pero su mirada hace presión en mi nuca—. Te faltan otras cinco. Descansa cinco minutos. Trota otros quince minutos más.

Siempre me da cinco minutos de respiro entre cada ejercicio. Mi corazón va a salirse de mi pecho. En mi otra vida siempre salía a correr al menos dos veces a la semana, jamás fui a un gimnasio, tenía mi propio entrenamiento con los deberes de la vida adulta. Evelyn o cualquier dama de sociedad no hacían entrenamiento alguno. Se mantenían delgadas bajo una dieta estricta acompañada de ridículos paseos, pero nunca corrían como yo ahora, nunca hacían sentadillas como yo ahora, tampoco hacían flexiones como las que acabo de hacer ni ninguna de las otras cosas que Enola me está ordenando.

Vuelvo a correr luego de que acabaron los cinco minutos. Mi ritmo no es constante, estoy exhausta. Creo que estoy exhausta en todos los sentidos, o solo exagero, no lo sé. Pero tengo unas enormes ganas de una ducha —una verdadera ducha— y caer en mi cama como peso muerto —mi verdadera cama de Chile—.

Tropiezo con mis pies, y caigo. Me he raspado un poco las manos al detener mi caída, no me importa. Me giro quedando boca arriba, mis ojos se entrecierran un poco ante el brillante cielo de la mañana.

—¿Quién te ha dicho que te acostaras? Levántate. Debes comenzar de nuevo.

—No puedo seguir lidiando con este cuerpo un poco más —jadeo, mi voz entrecortada por cada respiración. Hasta respirar es difícil—. Realmente quiero... Odio no poder hacerlo.

✓ No Seguiré ese Destino [Destino #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora