Capítulo 1: La Dulce Ruta

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¡Jess! ¡Jess! ¡Necesito el maldito baño!

Mi hermano estaba al otro lado de la puerta tocando con fuerza y gritando.

—¡Estoy en mis días, Steve!

¡No necesitaba saber eso!

—¡No seas llorón, a tu novia también le pasa! —alcancé el papel higiénico y comencé a limpiarme—. ¡Y estoy segura de que hacen cochinadas igual!

—¡Cállate!

Después de terminar, subí mi ropa interior con la nueva toalla higiénica puesta y me lavé muy bien las manos.

Cuando salí, mi hermano estaba afuera, apoyado en la pared con las piernas cruzadas, intentando no orinarse.

—Todo tuyo.

Steve se ahorró las palabras que estaba segura que quería decirme y se metió al baño.

—¡Jess! —gritó mi mamá Anne—. ¿No estas atrasada para el trabajo?

«Oh, no... ¡mi mugriento trabajo!».

Corrí a mi cuarto, me cambié, amarré mi cabello en un tomate y salí corriendo hacia abajo.

—La última vez que corriste por las escaleras terminaste con un brazo roto, ten cuidado.

—Lo sé, lo sé —no era algo que olvidara—. ¿Dónde está mamá Mary?

—Ya se fue al trabajo...

—Oh, mierda, ¿esa es la hora? —pregunté apuntando el reloj.

—Sí, Jess.

Tomé una manzana del frutero que había en el centro de la isla de la cocina y corrí hacia afuera para subirme a mi auto, estacionado frente a la acera.

9:10, esa era la hora... y yo entraba a las 9:15.

Encendí el auto y apreté el acelerador como su fuera a correr en una carrera de autos clandestina.

Iba conduciendo lo más rápido que podía, mientras tenía la manzana en la boca y el jugo resbalaba por mi mentón.

«Paso de cebra».

Había una anciana que se aproximaba al paso de cebra.

«Ah, no. No pienso esperar a ese vejestorio».

Aceleré aún más para pasar antes que la anciana llegara. No mucho más allá, me tocó la luz roja y no pretendía cometer una infracción de ese calibre. Lo único que me faltaba era que me dieran una nueva multa.

Mientras esperaba la luz verde, saqué la manzana de mi boca y me limpié la boca con la manga de mi suéter.

Miré hacia al lado y noté que un niño en el auto de al lado me miraba asqueado.

¿Cuál era su problema? ¿Nunca había visto una mujer real? No todas éramos unas señoritas, menos cuando íbamos atrasadas al trabajo.

Cuando dio la luz verde, avancé nuevamente. Estaba a unos tres minutos del restaurante donde trabajaba y solo me demoré uno y medio en llegar y estacionarme en mi lugar. Al menos era buena estacionando, después de tantos años de practica había tenido que aprender algo.

Bajé con lo que quedaba de la manzana en una mano, y mi cartera y llaves en la otra. Entré al lugar y mi único amigo en esa porquería de trabajo me recibió con una sonrisa nerviosa.

—Dos minutos tarde.

—Hice lo que pude.

—Apúrate.

¡Ese Es Mi Libro!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora