Capítulo 12: Gatos

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—¿Eras tú la que estaba en el segundo piso? —preguntó con algo de molestia.  

—No, no... ¿Cómo crees?

—¿Qué es lo que tanto buscas en mi casa?

—Bueno... —estaba pensando una mentira—. ¿Qué perfume usas?

—No me digas que es solo eso.

—Bien, bien... Solo quiero saber cosas —mentí otra vez—. Como toda fan loca por... por su... su ídolo.

Sentí náuseas.

—¿Por qué no puedes tener de ídolo a un cantante o actor? —cuestionó.

—Porque soy especial.

—¿Te lo dijo tu psicólogo?

—No he ido jamás al psicólogo.

En realidad, solo había ido a una terapia cuando niña para que pudiera entender mejor como funcionaba el que yo tuviera dos madres.

—Claro —él asintió—. Tiene mucho sentido.

—¡Oye! —me quejé.

Sabía que podía parecer algo extraña, intensa y loca; pero estaba bastante bien psicológicamente... sí, no podía estar tan mal.

De pronto, un gato entró por la ventana y yo chillé como si hubiera visto una bestia.

—¡Oye, asustas a Miracle!

—¿Qué? —pregunté espantada—. ¿Es tuyo?

—Sí.

Milo dejó la bandeja sobre el escritorio, luego se agachó y tomó el gato blanco con manchas amarillas en sus brazos.

—Es muy independiente, a veces puede pasar fuera de casa un día entero... igual que su hermana.

—¿Tienes otro?

—Sí, se llama Miseltoe.

—¿Por qué tienen esos nombres extraños?

—Los encontré en una caja en la calle en navidad —explicó—. Así que escogí nombres navideños.

—¿No tienes un Santa Claus?

—No, ese nombre es ridículo.

—Claro, Milagro y Muérdago son mucho mejores —dije irónica.

—Miracle y Miseltoe —me corrigió—. A ti no te cambia el nombre en otro idioma.

Rodé los ojos y entonces sentí mi nariz picar.

«Ay, no».

No les tenía miedo a los gatos en sí, más bien, le temía a lo que me provocaban. La mezcla del polvo en mi cabello y el gato, me comenzaron a hacer efecto.

Solté cinco estornudos seguidos.

—No me digas que eres alérgica a los gatos —yo asentí, refregando mi nariz—. Qué pena me das.

Milo besó a Miracle como si fuera el amor de su vida. Probablemente, amaba más a ese gato de lo que alguna vez había amado a su esposa.

—Sígueme —me dijo Milo.

Lo seguí hacia afuera de la oficina. Suponía que Elizabeth ya no debía estar por ahí, o si no, jamás me hubiera sacado de la oficina.

—¡Melanie! —llamó Milo.

La criada apareció en un momento.

—¿Queda del medicamento de Miracle y Miseltoe?

—Creo que sí. Iré por él.

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