Capítulo 14: Hermano

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—Jess... no necesitamos binoculares —me dijo Milo.

—¿Y tú qué sabes? Yo dirijo la misión.

—Vamos a espiar a mi esposa... Yo debería dirigir la misión.

—El problema es que eres inútil o te desmayaras cuando estemos en plena acción —tomé el par de binoculares y los colgué en mi brazo.

—¿Y qué pasa si me desmayo y tú estás a cargo?

—Pues puedo proceder la misión sin problema.

—¿Y yo?

—Te esconderé en unos arbustos o lo que sea.

Me dirigí hacia el cajero y le entregué las cosas: los dos binoculares, los Walkie Tolkies, el amplificador de sonido, la grabadora de voz y la caña de pescar.

—Imagino que yo pagaré —oí decir a Milo.

—Claro... yo con suerte puedo pagar los materiales de la universidad con mi miserable trabajo de mesera —alegué—. ¿Has visto mi celular?

Saqué mi celular del bolsillo y se lo mostré. Tenía la pantalla rota en cuatro partes y un agujero en la punta.

—¿Siquiera sirve?

—No lo tendría si fuera por eso... y porque nadie quiere robar basura.

El cajero le dio el monto total por las cosas a Milo, lo que casi provoca que se desmaye nuevamente, pero pagó de todas maneras.

Salimos de la tienda con las cosas. Milo llevaba la caña y yo lo demás en bolsas.

—Si esto no sirve para nada... te daré en la cabeza con esta caña —amenazó.

—Hecho —dije con una sonrisa divertida.

Debía admitir que toda la situación me parecía emocionante. Siempre me había gustado jugar al detective y esa vez, tenía un caso real.

[...]

Llegamos fuera de la compañía de la familia Ramírez un poco antes de la hora que Elizabeth solía salir los viernes.

—Estoy perdiéndome la única clase de mi día por ayudarte —le dije a Milo—. Así que más te vale que algo bueno salga de esto.

Estábamos estacionados un poco más allá del edificio, mirando la entrada principal.

—Nuestra relación se basa en amenazas... no creo que sea muy sana.

—¡¿Es esa?! —pregunté, apuntando hacia la entrada.

—No, esa es la hermana del señor Ramírez.

Yo entrecerré los ojos y me acerqué más al vidrio.

—No se ve tan mayor... Quizás porque Elizabeth se viste como la reina Isabel de Inglaterra.

En ese momento, Elizabeth salió y los hombres de seguridad le entregaron su auto y las llaves.

—¿Ahora qué? —pregunté ansiosa.

—¿Qué sé yo? Tú diriges la misión.

—Cierto. Síguela, pero con al menos cinco metros de distancia.

Milo hizo lo que dije y seguimos a Elizabeth durante quince minutos hasta llegar frente a una casa que no era la de ella.

—¿Quién vive aquí? —pregunté.

Milo parecía estar atónito.

—E-es la casa de mi hermano —respondió después de un rato.

Yo lo mire confundida.

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