Capítulo 18: Ceremonia

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Milo

Cuando vi a mis tres hermanos juntos, cerca de la casa, quise salir corriendo. Serían los tres contra mí... frente a Jess.

El lugar era la casa de descanso de mis padres, la cual quedaba fuera de la ciudad. Esta tenía un patio del tamaño de tres canchas de fútbol y la casa parecía un pequeño rústico hotel.

Me acerqué a mis hermanos, con mis manos temblando y apretado a Jess más de lo que quería.

—¡Milo! —dijo Ethan, divertido—. Pensamos que no vendrías... ¿Quién quiere ver a su hermano casándose cuando está en pleno divorcio?

Me di cuenta de que los tres miraron a Jess muy interesados. Demasiado para mí gusto.

—Yo no amo Beth y ustedes lo sabían. Agradezco acabar con la farsa.

—¿Ah sí? —preguntó Michael—. ¿Agradeces también que el señor Ramírez te quiera dejar en la calle?

Michael era el hijo favorito de mamá, aunque ella no lo admitiera y fuera más disimulada que papá, se notaba.

Los cuatro nos parecíamos mucho. Cabello negro, ojos cafés y altos. Las diferencias estaban más que nada en los rasgos faciales.

Mis pestañas eran más largas y negras que las de ellos y mis labios un poco más gruesos. Razones por las que me llamaban "princesa" cuando éramos niños.

Ethan tenía la piel un poco más oscura que nosotros y era el más alto (media más de un metro noventa).

Anthony era el más musculoso de todos. Se había vuelto obsesivo con su cuerpo porque era el más relleno cuando niño. También tenía una montura en la nariz, ya que se la había quebrado una vez.

Michael era el más guapo de los cuatro. Tenía unos labios de tamaño medio, unas cejas perfiladas y unos hoyuelos que volvía locas a las chicas cuando era adolescente.

—Me da igual lo que haga el señor Ramírez, en realidad.

—¿Entonces por qué no le das lo que quiere y ya?

—Porque no le daré la satisfacción tan fácil.

Michael rio.

—La princesa guerrera... —miró a Jess—. Y su sexy novia.

Eso me hizo hervir la sangre. Podían decirme lo que quisieran a mí, pero con Jess no se meterían de ninguna manera.

—¿Qué dijiste?

Los tres rieron.

—¿Te da miedo que te quitemos a tu novia? —preguntó Ethan—. ¿Igual que a las otras?

—A mí nadie me puede quitar de nadie —dijo Jess de pronto.

Soltó mi mano y miró a mis hermanos furiosa.

—Tú —apuntó a Michael—. Gracias por el cumplido, pero nadie te lo pidió —Michael la miró atónito—. Y ustedes dos, no se crean tanto. Milo es el más guapo de ustedes.

Los tres rieron.

—No era chiste —aclaró—. La actitud de un hombre le da un atractivo mayor y Milo tiene una personalidad veinte veces más atractiva que la de ustedes tres. Infantiles egocéntricos.

Jess tomó mi mano y me jaló lejos, dejando a mis hermanos más silenciosos que nunca.

Debía admitirlo... Jess era realmente sexy cuando quería.

—¿Ahora qué? —me preguntó cuando llegamos a un lado de la casa que estaba vacío.

—N-no sé... debemos esperar a cuando el... —había olvidado cómo se llamaba el hombre que casaba a las personas.

—¿El Papa?

—Sí, Jess... el Papa vino a la boda —dije con ironía—. Es el sacerdote —dije cuando recordé—. Tenemos que esperar a que diga eso de...

—Si alguien se opone a esta boda, que hable ahora o calle para siempre —me interrumpió Jess.

—Eso.

—Bien... ¿y cuándo será eso?

—La ceremonia empieza a las una —miré mi reloj—. Queda un poco más de media hora.

—Comeré algo entonces.

Antes de que se fuera, la jalé del brazo para que me viera.

—No hables de más y no te alejes mucho.

—Ajá, sí.

Jess se marchó hacia dónde estaba el cóctel y yo caminé detrás de ella para ir por un trago.

Me senté en uno de los asientos vacíos y comencé a beber un trago que saqué de la bandeja de una de las meseras.

Mi vista estaba puesta en Jess.

Yo sabía que se vería mucho mejor sin la ropa ridícula que usaba usualmente, pero no imaginaba que me gustaría tanto.

No entendía porque le molestaba tanto tener pecas por todas partes, yo descubrí que se veían realmente bien.

—¿Es tu nueva novia? —la voz de la esposa de Ethan me hizo voltear.

—Hola, Cathy —la saludé—. No, no es mi novia. Es una amiga.

Cathy se sentó a mi lado y me sonrió.

—¿Cómo va el divorcio?

—No puedo decir que bien, pero estoy aliviado.

Cathy sabía perfectamente que yo nunca había amado a Elizabeth. Ella me había consolado el día de mi boda cuando creí que no volvería a ver a Verónica.

—Está bien. Nunca debiste casarte con ella.

—¿Cómo vas con mi hermano?

—Bien, sé que es difícil de creer, pero es un gran hombre.

Ethan era completamente distinto con Cathy. Jamás le había faltado el respeto y le hacía más caso de lo que alguna vez le había hecho a mamá. Cathy mandaba en la relación y solo con eso, todos supimos que Ethan realmente la amaba.

Ethan jamás había dejado que una novia lo mandara, pero con Cathy parecía un perro faldero.

—Al menos te hace feliz.

Ella me tomó la mano.

—Créeme que, si lo veo molestarte, tendrá problemas.

Yo reí avergonzado.

—Gracias, Cathy.

Me hubiera gustado que Cathy hubiera estado para defenderme de Ethan cuando era niño.

[...]

Era la hora de la ceremonia.

Me sentía mal por arruinar el día más especial de Maya, pero tenía que dejar expuesto a Anthony y darle una lección.

Cuando Maya apareció al final del pasillo que había entre las sillas, con ese vestido blanco digno de una princesa... me sentí como la peor persona del mundo.

«Debí decirlo antes de esto».

Maya caminaba con dos amigas detrás, sosteniendo la cola de su vestido. Tenía una sonrisa radiante en la cara y podía notar que apretaba el ramo de flores con nerviosismo.

Cuando llegó frente a Anthony, este le sonrió... El muy descarado.

Ambos se miraban como si no existieran más personas en el mundo y eso me preocupo.

«Quizás Anthony la ama...».

Borré ese pensamiento, si la amara, jamás le hubiera hecho algo tan asqueroso. Ninguno de mis hermanos merecía las mujeres con las que salían... yo tampoco merecía a Elizabeth. Antes de casarse conmigo, ella era una mujer feliz y dulce. Yo había causado que Elizabeth se volviera la bruja que era.

El sacerdote comenzó a hablar y mis manos comenzaron a sudar como si fuera yo el novio.

«Tengo que hacerlo... tengo que hacerlo...».

—Si alguien se opone a esta boda, que hablé ahora o calle para siempre.

«No puedo hacerlo».

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