Capítulo 30: Revelación

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Jess

«Yo también te extrañé», las palabras de Milo se repetían una y otra vez en mi cabeza.

Yo había sido la tonta. Si había engañado a Elizabeth con Verónica, no podía asegurar que conmigo no lo haría. Él siempre amaría a Verónica.

Estaba en el cuarto que parecía bodega, buscando mi cuaderno. Esa vez no me iría de ahí sin él.

Limpié mis lágrimas, las cuales se acumulaban en mis ojos y me impedían ver con claridad.

De pronto, un cuaderno lleno de polvo, pero con el mismo diseño que el mío, apareció ante mis ojos. Lo tomé, soplé el polvo y lo abrí. Era mi cuaderno.

«Estas acabado, Milo».

En ese momento, la puerta del cuarto se abrió.

—Jess, ¿qué haces aquí?

Milo me miró confundido y lo pareció aún más cuando vio mi cara de odio, mezclada con mis lágrimas.

—Yo te diré que hago —levanté el cuaderno con mi brazo temblando—. Yo no soy tu fan, Milo. Yo no sabía que tú existías hasta hace unos meses y te odié cuando lo supe.

—¿De qué hablas?

—Tu libro "Contando las Estrellas" es un plagio de mi historia.

Él pareció quedar en un trancé, hasta que negó.

—No, eso es impo...

—¡Este es mi cuaderno! ¡Ese es mi libro! —exclamé—. Tú me lo robaste y sin ningún remordimiento.

—Jess... no puede ser tú historia.

—Lo es. Yo la escribí a los catorce y perdí este cuaderno a los dieciséis, un poco después de terminarla.

—Júramelo.

—¿Por qué te cuesta tanto creerlo? Ambos sabemos que este no es tu estilo de escritura, ni siquiera es tu pasión escribir libros.

—No puedo creerlo porque Verónica me lo dio.

El libro casi se resbala de mi mano, pero luego negué molesta.

—No me mientas —le dije—. No intentes echarle la culpa a alguien más. Tendrás que admitir esta estupidez como todas las que has hecho en tu vida, Milo.

—Mi amor, te estoy diciendo la verdad.

«Mi amor... ¡No, Jess! ¡No dejes que te engañe! ¡Mala chica!».

No puedo creerte.

Milo se acercó, me arrebató el cuaderno, lo abrió y me mostró la tapa del cuaderno por dentro, en el lugar donde se ponían los datos del dueño.

—Mira —me dijo apuntando un lugar donde salía el nombre de Verónica, escrito con una caligrafía idéntica a la mía—. Ella me dijo que había escrito esta historia y que no quería publicarla por vergüenza y porque creyó que no triunfaría con su nombre... Me pidió que lo hiciera a mi nombre y yo le he dado todas las ganancias del libro. Aun cuando no nos veíamos, ella recibía las ganancias.

Yo miré el nombre con la boca abierta.

—Hija de puta. ¡Ahí estaba mi nombre!

Miré a Milo. En ese momento me sentía mal por haber creído que él había robado la historia y por todas las cosas que alguna vez había deseado que le pasaran.

Milo parecía tan o más afectado que yo.

—¿Estas bien? —le pregunté.

—Me hizo hacerlo a mí para no tener problemas con los derechos... en caso de que tú llegaras a denunciar el plagio.

¡Ese Es Mi Libro!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora