Capítulo 10: Sorpresa

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¿Había dicho que odiaba a Milo Griffin? Si lo había hecho, pues no estaba de más recordarlo.

Sí, me había ayudado dos veces en el día, pero eso no quitaba las cosas malas que me había hecho.

Mis madres lo habían hecho pasar a la casa y por más que intentó negarse al principio, terminó aceptando. Tenía una fuerza de voluntad del tamaño de un arroz.

En ese momento, ambos estábamos sentados en la sala, esperando a que mis mamás trajeran el té y los bocadillos.

—¿Por qué no te negaste más? —pregunté en susurro.

—Hubiera sido de pésima educación —respondió—. ¿Por qué no te bajaste del auto más rápido?

—¿Por qué no aceptaste que te devolviera el maldito cortaviento?

—¿Por qué no te lo quedaste? Aún tienes que traducirme unos archivos... nos veríamos de todas maneras.

—Porque no quiero tus porquerías en mi casa.

En ese instante, mamá Mary entró con una bandeja y la puso sobre la mesa de centro. La bandeja tenía una tetera de cerámica, dos tazas que hacían juego con la tetera y un plato con muffins.

Después de unos segundos, mamá Anne llegó con dos tazas más y sirvieron el té.

—¿Qué pasó con tu auto entonces, mi amor? —preguntó mamá Anne.

—El termostato se averió.

—Muchas gracias por ayudarla, Milo —agradeció mamá Mary.

—No es nada.

Yo lo imité en voz baja, con una voz burlesca, ganándome la mirada de furia de mis madres. Yo reí nerviosa.

—Es broma...

—Se más respetuosa con los invitados, Jess.

«Si supieras que ese invitado gana dinero a mi costa... y no me refiero a prostitución».

Unas pisadas se hicieron presentes, probablemente Steve estaba bajando las escaleras.

En unos segundos, Steve apareció en la sala.

—¿Comen sin mí? —estaba por tomar uno de los muffins, cuando se fijó en Milo—. ¿Y ese quién es?

—¡Steve! —lo reprendió mamá Mary—. Es un amigo de tu hermana.

"Amigo" no era la palabra correcta, solo era un odioso conocido que odiaba conocer.

—¿No es muy viejo para ti? —me preguntó.

—¡No!... Quiero decir, no estamos saliendo.

—Ni lo haremos —agregó Milo.

Steve nos miró con los ojos entrecerrados.

—Oye, podría ser tu suggar daddy —me dijo después de unos segundos.

Yo tomé un cojín del sofá y lo azoté contra su cara.

—¿Un qué? —preguntó Milo.

Mis madres tenían la misma cara de confusión, ninguna estaba familiarizada con el término.

Yo reí. Agradecía que estuvieran demasiado viejos y desinformados para comprender.

—Es un término... —Steve me interrumpió.

—Cuando una mujer joven se busca un viejo con dinero, tiene sexo con él y él le compra cosas a cambio.

—¡Steve! —volví a golpearlo con el cojín—. ¡Además, Milo solo tiene treinta y tres!

¡Ese Es Mi Libro!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora