Unos pocos años antes de que la revolución diera comienzo, pero siendo parte importante de la semilla que germinó hasta transformarse y cambiar el planeta, como tantos otros sucesos parecidos, la pregunta inocente y melancólica de un niño resonó en la cabeza de su protector padre con tal fuerza que éste se sintió aún más agotado de lo que ya estaba.
–Padre ¿Por qué tienes que irte otra vez?
Quien preguntaba era el mediano de tres hijos de la familia Kozman, una familia Humble, tan miserable, pobre y alegre como cualquier familia de su misma clase social, que vivía en una ciudad minera, localidad creada exclusivamente para ser habitada por las personas que trabajaban extrayendo mineral. Y quien tenía que responder a la pregunta era Iván, el cabeza de familia, quien sólo había pasado por casa para dejar el pago por su jornada laboral y volver a las minas a hacer un segundo turno que no debería corresponderle.
–Porque es mi trabajo –respondió el padre con toda la calma de la que se vio capaz–. Es mi obligación para con el gobierno, ahora que tu madre ha enfermado. Mientras ella no pueda traer oxígeno, yo tengo que hacer su trabajo además del mío.
La enfermedad a la que se refería el padre era la misma que sufrían una inmensa cantidad de personas Humble a lo largo de todo el planeta, la falta de oxígeno.
–Puedo ir a trabajar contigo y hacer el trabajo de mamá hasta que se recupere –la frase del hijo mayor estaba a mitad de camino entre la afirmación y la pregunta–. Incluso puedo intentar obtener un trabajo mejor y ayudar al gobierno, como haces tú.
El corazón del padre se llenó de orgullo mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. Que trabajara en las minas un niño de trece años, como tenía el mayor de la familia, ocho horas diarias sin descanso, no era demasiado extraño. La necesidad de traer oxígeno para la familia, y sobre todo de ayudar al planeta, había hecho que muchos no esperaran a llegar a la edad obligatoria de dieciséis años para un buscar trabajo remunerado. Muchos Humble lo hacían, pero Iván no se veía capaz de soportar la imagen de su hijo encerrado en las profundidades del planeta, al menos, no mientras fuera tan joven. En tres años la decisión no sería suya, sino del gobierno.
–Estoy seguro de que algún día podrás hacerlo, incluso harás algo más importante que tus padres –le dijo poniéndole la mano en el hombro para tranquilizarle–, pero ahora no puedes acompañarme, Luca, tienes que cuidar de tus hermanos y tu madre. Asegúrate de que todos se pongan el oxígeno una hora, luego acuesta a tus hermanos, haz que tu madre coma algo y ve tú también a dormir. Te aseguro que estaré aquí cuando todos despertéis.
Besó la frente de sus hijos, Luca, Alen, seis años menor, y la pequeña Helena, de cuatro años; y se dispuso a salir del diminuto apartamento, humilde incluso para una familia Humble. Se arrepintió de la mentira que acaba de decirle al mayor de los niños, pero pasó desapercibida ya que el chico estaba concentrado en intentar encontrar las palabras adecuadas que convencieran a su padre para que le dejara ir con él a ayudar al gobierno. Como le había enseñado que era lo correcto.
–¡Papá! –gritó la pequeña, mientras corría en busca de la bombona de oxígeno de su padre–, que te dejas esto.
–Gracias, pero hoy no la necesito, déjasela a tu madre al lado de la cama.
–Iván, cariño –costaba oír la débil voz de la esposa desde el otro lado de la casa, aunque ésta no tuviera más de veinticinco metros cuadrados–, no seas estúpido.
Antes de contestar, el padre tuvo que tragar saliva para conseguir no romperse ante la imagen de la decoloración azul que tenía su mujer en la punta de los dedos, síntoma de la enfermedad que no se atrevía a pronunciar.
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Hipoxia - Parte I (El pueblo)
Ciencia FicciónPrimera parte de la historia de Orfeo, un planeta en el que el oxígeno es un bien preciado que se a de ganar y la diferencia entre las dos clases sociales que lo habitan ha crecido tanto que se ha hecho insalvable. Cuando las libertades comienzan a...