No fue cuando Luca fue castigado, por culpa de que su madre hubiera muerto, lo que hizo que se planteara el mundo que le había tocado vivir, sino el día que terminó de cumplir la condena. Estaba a punto de cumplir los dieciséis años, edad a la que se les asignaba a todas las personas del planeta, el trabajo que estaban obligados a realizar el resto de sus vidas. Además, había pasado sus últimos diez meses de vida trabajando en las minas, más horas de las permitidas y recomendadas, recibiendo el oxígeno justo para poder realizar el trabajo y encerrado en una minúscula celda de hormigón cuando no estaba picando mineral. Y, a pesar de tamaño castigo, no fue hasta que eso acabó y volvió a casa, cuando vio la realidad que le rodeaba y que le habían repetido toda su vida que era la única forma de vivir, cuando empezó a parecerle injusta.
Lo primero que hizo el Humble cuando acabó la condena, fue dirigirse al piso veintitrés del gran bloque de hormigón gris, pues no era más que eso, en el que había vivido los primeros quince años de su vida. La construcción de más de doscientos años, hacía mucho tiempo que había dejado de ser cuidada y restaurada, y tenía tantas grietas como arrugas tendría un hombre si llegara a vivir esos mismos años. El lugar no había mejorado desde que el chico se había ido a reclamar el Gesto de generosidad, más bien todo lo contrario, pues había pasado casi un año sin que nadie limpiase el pasillo. Sin embargo, para Luca, la puerta de ese piso donde tantos buenos momentos había pasado, donde había tenido una vida alegre, aunque demasiado corta, con una familia que se había querido todo lo que era humanamente posible, le parecía la entrada al paraíso.
No obstante, no haber recibido ninguna noticia de la familia que le quedaba, durante los diez meses que había pasado pagando la multa de su madre, provocaba que no se atreviera a abrir la puerta. El miedo que sentía por no saber que encontraría al hacerlo, sin estar seguro de si sus hermanos seguirían allí, ni siquiera de si aún estaban vivos, era lo que le había llevado a quedarse paralizado sin ser capaz de reaccionar. Igual que en la Oficina de Castigo, al escuchar su destino. Pero, sobre todo, lo que le impedía abrir la puerta, era la posibilidad de que sus hermanos siguieran viviendo allí, pero que le odiaran por haberles abandonado.
Cuando una vecina rompió el silencio del pasillo al abrir la puerta para curiosear, Luca consiguió retomar el control sobre su cuerpo y abrió la puerta de su casa.
–¿Hay alguien? –Preguntó con miedo.
La voz le salió tan débil que la tapó el ruido que produjo la puerta al ser empujada, lo que hizo pensar a Luca que nadie le había respondido porque nadie le había escuchado.
–¿Hay alguien? –repitió algo más fuerte, incluso se atrevió a pronunciar el nombre de sus hermanos–. Alen, Helena ¿Estáis aquí?
Pero siguió sin obtener respuesta. Al menos una afirmativa, pues el silencio era suficiente respuesta, cosa que el chico entendió cuando, una vez dentro de la casa, vio que ésta estaba completamente vacía. No sólo faltaban las personas que habían transformado aquel oscuro lugar en un hogar, también faltaban los muebles y cualquier otro objeto que diera a entender que alguien había vivido allí alguna vez.
En el pequeño apartamento, formado por una única habitación, un baño cuya intimidad dependía de lo que tapara la cortina que lo rodeara y una cocina que nunca había tenido demasiados muebles o electrodomésticos; no quedaba más que polvo, telarañas, los recuerdos de Luca y una nota escrita a mano en mitad del suelo. Imposible de no fijarse en ella, el chico se agachó para recoger la nota de lo que antes había sido la habitación que habían compartido todos los miembros de la familia, pero dudó un instante antes de cogerla. La misma incertidumbre que le había paralizado en el pasillo, ahora le impedía conocer el mensaje allí escrito, pero acabó por encontrar las fuerzas necesarias y levantó la nota para leerla.
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Hipoxia - Parte I (El pueblo)
Science FictionPrimera parte de la historia de Orfeo, un planeta en el que el oxígeno es un bien preciado que se a de ganar y la diferencia entre las dos clases sociales que lo habitan ha crecido tanto que se ha hecho insalvable. Cuando las libertades comienzan a...