Capítulo 1

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¿Podría alguien decirle a la
casualidad que quisiera verla?
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Habían intentado de todo por hacerla salir del frío lugar. Pero su culpa era más grande que las razones que le daban.

Ignoró el rugir de su estómago cuando el dulce aroma de pastel de manzana llegó hasta su nariz. Ignoró sus ganas de ir al baño cuando bebió el cuarto vaso de agua. Ignoró la ventisca en su espalda cuando por accidente abrieron una de las ventanas. Incluso ignoró la amenaza de Madame Pomfrey cuando le dijo que la mandaría a dormir con un hechizo si es que no se retiraba inmediatamente de ahí.

Desde que pausaron el entrenamiento de Quidditch, Amélie había estado en la enfermería. Su salud física estaba intacta. La mental, era un caso aparte del cual no le gustaba hablar.

Era el remordimiento de conciencia el que la obligaba a quedarse. No podía irse hasta saber que se encontraría bien, al fin y al cabo, el golpe de las bludger es demasiado fuerte como para esperar que deje sólo un moretón.

Además, había golpeado la bola con tanta fuerza, esperando darle a Pansy, que bien pudo haber derribado a un hipogrifo de dos toneladas. No se arrepentía del golpe, aún si eso significaba suspensión, pues ella ni siquiera se encontraba jugando, era una simple práctica de Quidditch. Todos sabrían que hubiera sido intencional.

Si hubiera lanzado la bola unos segundos después, ya estaría en el comedor degustando de un delicioso postre en vez de estarse comiendo las uñas a la espera de que Harry despierte. Sus amigos se habían cansado de estar ahí, se fueron con la seguridad de que despertaría pronto.

Aún si nadie dudaba de las capacidades de Pomfrey, Amélie quería estar segura de que no hubiera causado más que un muy doloroso golpe.

Harta de repetir la muestra de ansiedad que tanto criticaba se levantó de la incómoda silla. Cerró sus manos en puño con tal de no ver la horrible forma que había dejado en sus uñas con ayuda de sus dientes.

Repetía en varias ocasiones que aquello era un hábito de lo más antihigiénico. La realidad es que debajo de las cobijas era víctima de su propia crítica.

Recordó la vez que con mucha vergüenza tuvo que reponer su varita en Ollivanders. A la espera de los exámenes finales la había mordido tanto que con la más ligera presión se rompía. Apenas pudo conjurar un hechizo antes de que su núcleo terminara por apagarse.

Extrañaría tener el pelo de unicornio entre sus manos, aunque le resultaba sumamente interesante llevar una pluma de cola del ave del trueno. Ni siquiera sabía que ese tipo de núcleo existía. Y al principio, vio como el mismo Ollivander se asombraba por tan peculiar varita.

—¿Ginny? — el análisis de su curiosa arma se disipó entre sus memorias. Se giró hacia el chico que descansaba en la cama. Sintió un aire de orgullo al ser confundida con la Weasley menor.

Si bien poco conocía a la otra pelirroja, sabía de sobra lo dulce que era. Además de que no hacía falta acercarse a ella para descubrir que es hermosa.

—Casa equivocada— señaló el escudo en su túnica mientras tomaba nuevamente lugar junto al anteriormente desmayado. Harry no despegaba la vista del escudo, como si tuviera problemas para distinguir la imagen.

Vaya situación cuando cayó en cuenta de que no llevaba sus lentes, por lo que apenas y podría ver más allá de 20 centímetros. Tentó la superficie de la cama y las mesitas de los costados. Amélie, miraba incrédula sus movimientos, pensando que el golpe había afectado su cerebro. Pues para ella, aquella incesante búsqueda era más bien un claro indicio de paranoia.

Los hufflepuff no somos débiles ~Harry Potter~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora