9.¿Por que a él?

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Tres semanas habían pasado desde la última vez que vi a Samantha, desde la ultima vez que hablamos y desde la última vez que se me partió un poco el corazón, me dio miedo y la fastidié otra vez, de nuevo, y ahora me sentía mal, por ella y por mi, porque yo me había dado cuenta de lo importante que era ella en mi vida y no quería perderla pero sin embargo ya lo hice una vez y hace tres semanas lo había vuelto a hacer, me sentía un completo idiota y ahora no sabia ni como arreglar las cosas o como unirlas aunque fuese, mi cabeza era un puzle en el cual no encajaban ningunas letras. Seguramente ella no querría ni verme pero necesitaba verla, necesitaba decirle todo lo que se me pasaba por la cabeza, que la quería.

Esa mañana me levante desganado, sin ganas de hacer nada, como llevaba sintiéndome desde hace tres semanas, cuando volví a Madrid me di cuenta que ella era todo lo que estaba bien, que con ella me levantaba con ganas de enfrentar un nuevo día, que ella era la que arreglaba mis días más tristes y las que le daba más alegría a mis mejores días. La necesitaba, de la forma en la que fuese, pero la necesitaba.

Era un día nublado, llovía, la gente casi ni estaba en la calle, era un domingo, era día y hacía tiempo de quedarse en casita, viendo alguna película y tomando chocolate caliente, y si era en compañía mucho mejor, pero yo todo el día no me lo podía pasar en casa, yo necesitaba verla y necesitaba arreglar las cosas por lo que mi lado impulsivo decidió coger el coche y ponerse camino a su casa, su casa y la mía estaban cerca pero no hacía tiempo de ir andando a ningún lado.

Justo pille un aparcamiento en la misma puerta de su casa, por lo que la suerte no me estaba yendo tan mal como yo pensaba, por lo que me baje del coche, lo cerré y me dispuse a llamar al timbre, aun sabiendo, que lo más probable y lo más lógico era no me abriese la puerta y me echase de allí a patadas, y lo entendería, me había comportado como un cabrón y lo sabía.

Pero para mi sorpresa la puerta se abrió, eso si, sin ninguna palabra a través del aparatoso telefonillo que había, por un momento pensé que esperaba a alguien y por eso ni si quiera pregunto pero no, porque el telefonillo de arriba tenía cámara, por lo que me vio perfectamente y lo que más me extraño es que me abriese la puerta de su casa y más después de los que paso hace tres semanas en esta misma casa.

-Lo siento, de verdad, Samantha déjame hablar.

Dije rápido casi sin poder respirar y sin dejarle tiempo a Samantha a poder procesar mi presencia allí.

-Soy gilipollas.

-Flavio ¿A que vienes?

Es la única respuesta que conseguí por su parte mientras ella estaba de brazos cruzados en el centro del salón.

-A pedirte perdón, de verdad lo siento, no quiero perderte.

-Pues lo has hecho Flavio, las cosas se piensan antes de hacerle daño a las personas ¿sabes?

-Lo sé, de verdad que lo se pero soy un completo idiota.

-¿Enserio pretendes que te perdone ahora? 

-No lo pretendo, pero al menos quiero que sepas que me arrepiento.

-Mira Flavio estoy harta de tus perdones y de tus arrepentimientos ¿sí? No quiero que me lo digas, quiero que lo demuestres y ahora por favor, vete, necesito pensar.

-De acuerdo.

Y salí de su casa cabizbajo, como un niño al que le regañan por haber hecho cosas que no debería, por haber cogido el coche teledirigido de su hermano sin preguntar antes. Y cogí el coche para irme a mi casa, necesitaba pensar yo también y no en lo que quería con ella porque eso lo tenía más que claro si no en lo que me pasaba a mi mismo, porque no era capaz de hacer las cosas por una vez en la vida.

Ahora O Nunca Donde viven las historias. Descúbrelo ahora