Julien Saint y Kaia Whitewood llevan vidas muy diferentes. Él es un cazador condenado a vivir una vida de secretos y ella es la futura Reina de Lockcham. Con un objetivo en común, sus caminos se cruzan y juntos deben detener a un poderoso Eidolino l...
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Prólogo
En las noches el mundo parecía ser mucho más aterrador para una niña de apenas doce años. Y si esa pequeña era una princesa que vivía en un gran castillo en cuyas paredes las sombras se vislumbraban, perdiéndose luego en una oscuridad abrazadora, el miedo podía ser aún peor. Un ensordecedor estruendo despertó de un sobresalto a Kaia, que se incorporó asustada y buscó el platillo de bronce con una vela casi consumida que su doncella había dejado en la mesilla de noche horas atrás. Se deslizó fuera de la cama y cuando las puntas de sus pies tocaron el frío suelo, un escalofrío le recorrió el cuerpo.
Escuchó otro ruido, aún más fuerte y constante. Con cuidado de no tropezarse con el largo camisón que llevaba puesto cruzó la habitación hacia la ventana y miró hacia afuera. Repentinamente su mano perdió el agarre del asa y el platillo cayó, resonando fuertemente en el suelo. La princesa se inclinó para levantar la vela que todavía permanecía encendida. Sacó una pequeña daga del baúl a los pies de su cama y corrió lo más rápido que pudo. Debía informar a sus padres lo que sucedía. Tenía que avisar que el castillo estaba siendo atacado.
Mientras corría por los oscuros pasillos recordó todas esas veces en las que su doncella encendía velas con aroma a rosas y sal en sus aposentos para que el tenue resplandor del fuego iluminara la estancia. En ocasiones Kaia solía pedirle que cantara una balada. Y mientras la doncella la ayudaba a colocarse su ropa de cama, le cepillaba el cabello y la arropaba, su voz dulce y susurrante inundaba la habitación.
Un grito de guerra hubo entre el cielo y el infierno entre los seres alados y los hijos de la oscuridad, con un arma forjada de acero y temple cuya hoja impregnada de poder celestial estaba los hijos de la oscuridad fueron desterrados, mas no derrotados. Pronto el mal renacerá y otro valiente grito se alzará.
En momentos así era cuando Kaia murmuraba esa balada una y otra y otra vez para sí misma porque, por alguna extraña razón, había algo en esos versos que la reconfortaba cuando se asustaba.
Las antorchas de las paredes parecían haberse apagado no hace mucho y la llama proveniente de la vela que sostenía era lo único que le impedía quedarse completamente a oscuras. El frío era demasiado intenso para sus pequeños pies descalzos y el viento parecía susurrar entre las paredes de piedra buscando su camino de regreso al exterior.
Se escuchaban gritos desde fuera del castillo y el traqueteo de caballos acercándose. La princesa se arrimó a una ventana y gracias al resplandor de la luna llena, pudo reconocer a dos de los sirvientes saliendo de las caballerizas y corriendo horrorizados. Alguien los perseguía pero ella no puedo distinguir su rostro, llevaba una larga túnica del color del humo y una gran capucha cubría su cabeza. Intentó gritar pero el ruido del exterior se sobreponía a su voz, estaba segura de que no la escucharían desde allí. Un segundo después, el extraño desenvainó dos cuchillos y atacó a los sirvientes por la espalda, dejándolos inmóviles en el suelo mientras dos charcos de sangre se formaban alrededor de ellos, tan grandes que pronto se convirtieron en uno solo.