Falso amor.

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A lo largo de mi corta vida como escritora novata he creado innumerables textos destinados a resaltar lo bello y puro del amor, o lo cruel e injusto que puede llegar a ser.

Ya he hablado de lo angelical que era tu mirada, y el mar de emociones que me provocaba.

La emoción que sentía cuando escuchaba tu voz llamándome por mi nombre con tanta suavidad que hacía sentirme entre las nubes, y hacía que mi visión se nublara y lo viera todo de color rosa.

He hablado también de la felicidad incomparable que tu mera presencia me brindaba; me sentía tan protegida que nada ni nadie me podía detener si en tu pecho seguía acurrucada.

Tantos momentos, tantas risas, tantas caricias y tantas cursilerías que a cualquiera le parecería exagerado.

Pero así era nuestro amor.

Nadie comprendía por qué siempre permanecimos juntos, ni por qué la compañía del otro era tan indispensable para los dos.

Ni siquiera comprendían qué fue lo que nos llevó a este punto, en el que pasábamos horas y horas brindándonos caricias y uniendo con nada más que inocencia y nervios torpemente nuestros labios.

Pero no hacía falta que lo comprendieran, ¿Cierto?

Nos teníamos el uno al otro, y ambos estábamos dispuestos a ir con todo el mundo en nuestra contra, porque nada más nos importaba.

Éramos tú y yo, y lo demás no existía.

Durante noches enteras te escribí poemas, y plasmé con pasión en el papel todo el universo de felicidad que yo veía en ti, en una sola persona.

Te expresé lo afortunada que había sido de conocerte, y lo profundo que habías logrado enamorarme sin ningún esfuerzo.

Te dije todo lo que siempre creí que alguien debía decirle a otra persona si de esta se encontraba enamorado; incluso más.

Y claro que, al menos, las palabras siempre eran mutuas; siempre me decías lo mucho que me amabas, lo difícil o casi imposible que sería tu vida si yo no hubiera aparecido en ella, o si decidiera marcharme.

Y siempre lograbas hacer enloquecer a mi corazón con cada una de esas empalagosas, torpes y repetitivas palabras.

Siempre era el mismo discurso; siempre las mismas promesas, los mismos juramentos y las mismas peticiones, pero es que se sentía tan real que jamás llegaron a aburrirme.

Mi, para ese entonces, inocente corazón, creía haber encontrado la tierra de la leche y miel que todos los libros de romance me habían prometido; mi príncipe azul había llegado para rescatarme de la soledad y oscuridad en la que me encontraba envuelta, y ahora caminaríamos juntos directamente hacia la felicidad, tomados de la mano.

Y me emocioné tanto que sentí que era una historia digna de contar.

Quería presumirte.

Quería gritarle al mundo que en realidad siempre hay al menos una pizca de esperanza, que aún quedaban corazones nobles en el mundo y que la felicidad en algún momento llegaría.

Quería anunciarle al mundo entero que por fin te había encontrado, y que habías llegado para quedarte a mi lado por siempre.

Qué tontería...

Siempre asimilé nuestra relación y la forma en la que nos conocimos como alguien que encuentra un trébol de cuatro hojas; durante días, semanas, meses y años me había empeñado en encontrarte, y no tuve ningún resultado a pesar de mi arduo esfuerzo.

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