Gato.

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Luego de ser mojado por completo con agua completamente sucia, el pequeño animalito siseó molesto y, con sus orejas plegadas hacia atrás, se retiró rápidamente del lugar, yendo directamente hacia el techo de la próxima casa que, aparentemente, era su lugar favorito.

Tal vez sólo estaba imaginando cosas, pero hasta su ceño se notaba fruncido mientras sacudía todo su cuerpo para quitar el exceso de agua y luego comenzar a secarse él mismo.

Nadie quería a ese gato.

Todos decían que solo se aparecía para hacer destrozos, que lo único que hacía era rasguñar a cualquiera que para ofrecerle alimento se le acercase, o incluso que siempre iba y robaba carne a los negocios cercanos; era un gato agresivo y peligroso.

Tal vez todo lo que decían era cierto, o tal vez sólo eran excusas para los no-amantes de los gatos para tirarle agua encima, intentar patearlo e incluso dejarle amablemente una gran porción de carne fresca con veneno que, gracias a que desconfiaba de todos, el gato nunca decidió probar.

Pero dejando de lado si lo que decían era cierto o era todo mentira, a mí me bastaba una mirada del pequeño y, aunque jóven, cansado y maltratado gato para saber que fue todo su entorno el que lo moldeó hasta transformarlo en el gato odiado del pueblo, el gato que nadie quería.

Me quedé observándole desde abajo, sentada en una de las bancas que pertenecían al mismo local del que fue cruelmente obligado a marcharse.

A pesar de que siempre amé con todo mi corazón a los tiernos, suaves, elegantes, curiosos y esponjosos felinos, nunca en la vida tuve la oportunidad de cuidar de uno, y desde que conocí a ese gatito malvado y agresivo consideré que sería bastante entretenido lograr llevarlo a casa ahora que me encontraba viviendo sola y, con todo el gusto del mundo, darle el amor y los apapachos que seguramente nadie en su corta vida le había brindado.

Ahora ya era de noche, y me preguntaba cómo y dónde estaría el animalito.

Tal vez estaba ahora durmiendo con frío en un tejado, o tal vez continuaba escapando de los canes y humanos que trataban de hacerle daño.

Claramente no iba a quedarme con la duda, así que, planeando traerlo conmigo de regreso, me llevé un abrigo y una manta que había destinado para el gatito hace ya unos cuántos días.
Llevé conmigo también atún enlatado y por el camino compré un poco de alimento para el felino.

Y luego de darle dos vueltas al pueblo entero, fijándome específicamente en los techos que el gato solía visitar con frecuencia, lo encontré al fin sentado tranquilamente en el techo y, como hacía aparentemente cada noche, mirando la infinidad del cielo, admirando la grandeza de la luna y tal vez envidiando el brillo de las estrellas.

A pesar de lo que decían de ese gatito en todo el lugar, yo sabía que, aún si todo eso fuera cierto, buenos motivos habían para que se volviera tan agresivo y desconfiado.

Porque yo presencié cuando confiaba en las manos ajenas y, esperando una caricia, recibía en su lugar un golpe, o un brusco intento de capturarlo.

Yo estuve ahí cuando, amistoso, el gato se acercaba a las personas con curiosidad y, en lugar de recibir cuidados o alimento, salía empapado y con un golpe en las costillas de cada local.

Yo misma miraba cómo los infantes se acercaban a acariciarlo, y con nobleza el animal agachaba su cabecita y se dejaba mimar por las manos curiosas que disfrutaban sentir lo suave que era su pelaje, pero que pronto fueron detenidas por sus padres.

El gato estaba sucio, y no era buena idea que los pequeños lo tocaran, así que por alguna razón que tal vez estoy ignorando, la mejor alternativa siempre era arrojarle una piedra para ahuyentarlo.

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