Le dí una calada profunda a mi cigarrillo que llevaba ya un buen rato encendido entre mis labios, y luego de varios segundos conteniendo el humo, lentamente lo expulsé mientras alzaba la vista para embelesarme con mi limitada vista del infinito cielo.
¿Cuándo fue que terminé sentado en esta banca y dejé de jugar en la tierra como el resto de infantes?
Un pequeño niño estaba llorando en el suelo, y parecía estar solo, sin ningún acompañante.
Jugaba con la tierra, pero lo hacía sin ganas, casi como si lo estuvieran obligando... Y no pude evitar recordar cuando yo salía al patio a explorar y examinar todos los tipos de hojas y animales que encontrara en el pequeño jardín que significaba todo un mundo para mí.—Disculpe, señor, ¿por qué está llorando? —Una pequeña vocecita me llamó desde mi costado, e inmediatamente retiré de entre mis labios el cigarrillo que había comenzado a mordisquear poco antes.
Una chiquilla de no más de 8 años, con cada una de sus prendas manchadas ya de lodo inclinaba ligeramente su cabeza con curiosidad mientras sostenía en brazos a quien podía suponer que era su mejor amigo (un pequeño peluche de osito, desgastado y sucio también) y me miraba directamente a los ojos.
Toqué mis mejillas, y efectivamente estaban húmedas.
¿Dónde estaban sus padres? ¿Acaso no debían haberle enseñado ya a esta pequeña que no debe hablar con desconocidos?
Ponerle un dedo encima definitivamente no estaba en mis planes, y era una fortuna que se estuviera acercando a mí y no a otro de esos seres asquerosos que se aprovechan de la pureza de los infantes para hacer cosas terribles.
—Porque perdí algo muy importante para mí —Hablé haciendo mi mayor esfuerzo por mirarla también a los ojos, pero había algo en esa mirada tan curiosa e inocente que no me dejaba, así que tan sólo agaché la cabeza.
—¿Lo perdió aquí en el parque? ¿Qué es? ¡Podemos buscarlo si quieres! —La pequeña parecía entusiasmada, como si se alegrara de proponerle a alguien su ayuda.
¿Qué es lo que perdí? La oportunidad de enfrentarme al mundo sin el temor ahorcándome a cada paso.
¿Dónde lo perdí? Eso es algo que hasta la fecha sigo cuestionándome.Tal vez solo me perdí a mí mismo.
—Gracias chiquilla, pero no deberías hablar con un desconocido, tus padres te van a regañar —En seguida, hizo una expresión de desagrado y molestia ante mi comentario.
—Mis papás no me dejan ayudar a nadie; nunca quieren que hable con nadie —Se aferró a su peluche y agachó la mirada más y más a medida que hablaba.
—Tus papás saben que hay gente muy mala, y sólo quieren protegerte de ellos. Deberías hacerles caso.
—¿Por qué hay gente mala? —Su expresión facial pasó de un momento a otro a una triste y decaída.
Con esa pregunta, a mí se me ocurrieron otras mil para el que nos observaba y controlaba desde arriba.
—Nadie lo sabe, pero de verdad están ahí... —Por su mueca pude suponer que sólo la había confundido más de lo que ya estaba, pero me sentí con libertad de seguir hablando, jugueteando con la colilla de cigarro que había estado entre mis dedos yendo de un lado a otro interminablemente—. Me gustaría volver a tener tu edad para volver a aprender muchas cosas de una forma distinta.
—¿Cómo sabe cuántos años tengo? —Claramente tenía intenciones de hacer una pregunta más, pero una mujer alta y joven la interrumpió tomándola del antebrazo y llevándosela lejos mientras me dedicaba una mirada despectiva.
¿Cuándo fue que la sociedad se pudrió al grado de tener que desconfiar de cualquiera que no estaba en nuestro círculo social directo?
¿Cuándo se me fue arrebatada la inocencia que tanto admiraba y envidiaba de todos los pequeños que habían pisado este parque?
Realmente me encantaría volver a mi infancia, a revivir esos momentos en los que no sabía lo que era el rencor, ni la decepción, mucho menos el odio.
Quería volver a la época en la que mis mayores batallas consistían en arrugar la nariz y mostrar la lengua, esa época en la que no podía pasar ni dos horas sin perdonar al que me había hecho enfadar.
Me gustaría volver a esa época en la que el mundo era un lugar maravilloso y una infinidad de cosas por explorar y descubrir, donde las nubes eran algodón de azúcar y los arcoíris tenían oro al final.
Quería volver a esos tiempos en los que no podían mirarme mal cuando lloraba, cuando mi mayor preocupación era no salirme del contorno cuando estuviera pintando, y cuando estaba convencido de que algún día sería el presidente, o un bombero, o un policía, o un astronauta.
Cuando tenía la imaginación para dibujar "monstruos buenos", o crear aparatos con lo último de la tecnología que nos ayudaran a todos para no tener que hacer la tarea.
Mi infancia tal vez no haya sido la mejor del mundo, ni la que todo niño deseara tener, pero al compararla con mi caótico presente, en el que ni siquiera sabía en dónde estaba parado, realmente fueron tiempos de gloria.
¿Por qué lo único que se aprende cuando crecemos es que el mundo no es tan bueno y hermoso como soñábamos?
¿Por qué ser un adulto debe ser un castigo?
¿Por qué fuimos esclavizados por un montón de trozos de papel pintado y metales brillantes?
¿Por qué la infancia no dura por siempre?
Entrecerré mis ojos para mirar la puesta de sol sin lastimar mi visión, y de uno de los bolsillos de mi chaqueta saqué nuevamente la cajetilla de cigarros, tomando uno para ponerlo entre mis labios y encenderlo, protegiendo con la palma de mi mano la débil llama del encendedor de la ligera brisa que se había hecho presente.
No tenía caso hacerme estas preguntas si sabía que no podría obtener nunca una respuesta que me satisfaga por completo.
"Ya es hora de volver a casa, hijo".
Yo también quiero volver a casa.
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¡Gracias por leer! <3
–Pavito Junior 🐾
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Ideas Espontáneas.
CasualeDudo que mis ocurrencias sean lo suficientemente amplias como para hacer más de una parte, así que las pondré aquí.