Me encontraba plácidamente acurrucada en tu pecho, escuchando tus latidos del corazón y tranquilizándome al sentir tu profunda y lenta respiración.
Era un día hermoso.
Me quedé observando tu rostro por unos pocos minutos, acariciando también tu brillante y suave cabello que, por cierto, siempre olía muy bien.
Verte dormir era tan relajante que incluso me daban ganas de dormir de nuevo abrazada a ti, pero viendo que poco a poco abrías los ojos mientras estirabas lentamente tus extremidades hizo que esa idea se esfumara.
Ninguno de los dos dijo nada; no hacían falta palabras cuando con una sola mirada podíamos decirlo todo.
Ambos sonreímos mientras nos mirábamos directo a los ojos, y me causó tanta ternura como emoción ver el ligero sonrojo que se había hecho presente en tus suaves y naturalmente pálidas mejillas; realmente es difícil lograrlo, y el hecho de que esto pase mientras me miras a los ojos me hizo muchísimo más que feliz.
—Buenos días, bello durmiente —Ante mi comentario reíste mientas te acercabas un poco más a mí para darme uno de esos tiernos, cálidos y hermosos besos en la frente que sólo tú sabías darme.
Pude saber al contacto que ahí seguía tu sonrisa, y en realidad se había vuelto considerablemente más amplia.
—Buenos días, hermosa —Me abrazaste con fuerza, eliminando toda distancia entre nuestros cuerpos y haciendo que me sintiera tan protegida que creía que podría enfrentarme al mundo y al universo entero si permanecía en tus brazos como ahora.
Había pasado tanto tiempo contigo, compartiendo risas y tragedias, enfrentándonos junto al otro a todos los retos que nos ponía ese fenómeno que aún no logro comprender llamado "vida".
Tantos recuerdos tan bellos que hemos forjado juntos, tantas noches mirando películas y compartiendo tiernos besos y caricias hasta el amanecer, tanta bondad y pureza en cada una de tus acciones...
La tranquilidad que me brindabas era igual de grande que la desesperación que me provocaban mis peores pesadillas y mis pensamientos más oscuros durante las noches en que te ausentabas.
Esta noche, tendrías que volver con tus padres y yo me quedaría en esta casa tan ridículamente grande y lujosa que mis progenitores se habían empeñado en conseguir durante gran parte de su vida con la única intención de humillar a los demás.
El único detalle es que ellos ya no estaban, entonces estaría completamente sola dentro de las cuatro paredes que conformaban mi habitación, de las cuales no tenía ganas de salir para nada.
Me dejé caer de espaldas sobre mi cama, y luego de perder mi mirada en el techo un buen rato, observé las palmas de mis manos que, como era ya costumbre, estaban temblorosas.
Fui bajando la mirada siguiendo el camino que delineaban cada una de esas espantosas y gruesas cicatrices, notando cómo no había casi ningún rincón en mis brazos que no tuvieran alguna, y entristeciéndome al recordar que se extendían por el resto de mi cuerpo también.
Una vez más quedé a merced de mi pasado y, con coraje, me quité cada una de las prendas encargadas de cubrir las marcas que tanto me avergonzaban, y que tanta inseguridad me transmitían.
Ya sin ropa encima, miré todo mi cuerpo en el espejo, llorando al recordar cada una de las amargas experiencias que las cicatrices en mi piel pálida relataban.
¿Acaso fui tan mala persona para haber merecido todo esto?
Oprimí con rabia mi brazo izquierdo, enterrando lo más que podía mis cortas y maltratadas uñas en ese par de marcas que se habían vuelto las más odiadas de entre todas las que adornaban mis extremidades.
Pero esto era todo lo que merecía.
Papá y mamá siempre dijeron que las malas personas recibían un castigo, y entonces yo estaba recibiendo el mío.
No merezco ninguna de tus caricias, ni tus miradas tan cargadas de amor que me dedicas.
No merezco tus besos ni cada uno de los poemas que te has tomado la molestia de escribirme.
No merezco tus mimos tan tiernos y reconfortantes, ni tus abrazos tan consoladores que sin necesidad de pedirtelos me brindas a diario.
No merezco tu amor.
Desde el inicio yo estaba destinada a nada más y nada menos que el sufrimiento y el desespero, el dolor y la decepción, y seguramente si continuaba tratando de evitar mi destino, saldrías lastimado al igual que los demás.
No quiero que nada te pase.
No quiero que nadie te haga nada.
No quiero que la vida sea cruel contigo.
No quiero hacerte daño.
Era mi único propósito en la vida ser el objeto con el que podías desquitar toda tu rabia, lastimándome y marcándome a tu antojo.
Y si no vas a parar de consentirme, al menos debo contrarrestar todo el amor que me brindas con la crueldad y el salvajismo que merecía, ¿no?
Así pues, este amor era tan intenso y puro como el rojo de la sangre que escurría y caía incesante en el suelo desde mis manos.
•••
¡Gracias por leer!
–Pavito Junior 🐾

ESTÁS LEYENDO
Ideas Espontáneas.
DiversosDudo que mis ocurrencias sean lo suficientemente amplias como para hacer más de una parte, así que las pondré aquí.