Si. Acepto que mi papá me dijo lo del violín. Eso fue aproximadamente a la mitad de mi vida,es decir,cuando yo tenía siete años. Pero lo recuerdo como si hubiera sido hace una semana. Era,precisamente,mi cumpleaños. Y como sucedía en todos ellos,se presentó la fecha a fines de diciembre, cuando todos mis amigos estaban de vacaciones,lo cual daba la posibilidad de hacer una fiesta a la que sólo hubiéramos asistido mis hermanos y yo. Y eso nunca me sonó muy atractivo. Entonces,como siempre,nada de fiesta, ese fue un día más de diciembre, y sólo me hablaron para felicitarme mis abuelos y mi tía Sarita, que vive en sonora.
No era para tener el mejor estado de ánimo. Y no contribuyó mucho mi papá cuando llegó con el regalo. Era, nada menos, que el tal violín. Mi mama y mis hermanos no se sorprendieron menos que yo de que mi papá llegará con un regalo tan raro. Pero una de la grandes preocupaciones de mis padres fue siempre inculcarnos buenos modales, y si un año antes había agradecido el Manual de berbolaria y juegos medicinales que me regalaron mis abuelos (ellos daban los regalos más inverosímiles del mundo), podía perfectamente hacer cara de que estaba agradecidisimo y que el violín era justo lo que había esperado durante esos siete años de vida.
Lo que no agradecí por completo fue el motivo por el cual mi papá me estaba regalando ese violín:
—Cuando seas un gran violinista,tendrás filas de mujeres rendidas por ti.
Es cierto que yo no era un niño muy bonito,pero hasta eso que era simpático; e incluso ya para entonces había tenido una novia;ignoraba que pasaría apenas medio año antes de vivír mi primer amor platónico.
La novia se llamaba Marisol Eugenia Fernández Iriarte. Me acuerdo de su nombre completo, con todo y el Eugenia, y sin embargo estoy seguro de que si hoy me la topara en la calle, ni siquiera la reconocería. Su cara se borró por completo de mi memoria. Lo unico que se quedaba son las dos trenzas de color café que la enmarcaban. Y creo que algunas pecas,pero no podría jurarlo. También eh olvidado cuáles fueron los motivos que me llevaron a declararmele aquel recreo. Pero se que me dijo que si. Y se que no pasó nada mas,no recuerdo que hayamos conversado tomados de la mano algún recreo, ni que yo le haya hecho un regalito, ni ella a mi, ni nada. No recuerdo cuando cortamos, si es que lo hicimos, y tampoco se que fue de ella. Es decir que el de Marisol Eugenia Fernández Iríarte,como recuerdo de mi primer romance, no resulta muy dramático que digamos.
Pero el del primer amor platónico si, el de Carolina;fue seis meses después de que mi padre me regalara aquel violín. Sucedió, precisamente, durante unas de esas eternas y soporificas vacaciones de las que hablaba.
Carolina vivía sola en el 402 y era aeromoza. Era lo más cercano a mi concepto de mujer sexy, porque siempre la veía con su mini uniforme de Aeromexico, los labios rojos, y el cabello largo y medio rizado. Solía encontrarmela en el elevador, o en los pasillos del edificio por los que yo deambulaba cuando no tenia un mejor quehacer. Nuestra interrelación no pasaba de un saludo cortez, y quisas alguna pregunta sobre el clima.
En ese tiempo yo no tenía mayor cosa que hacer y fingia estar ocupadicimo jugando a que era Luke Skywalker, con el único elemento de utileria que tenía en la mano: una espada verde fluorescente que era el juguete que uno debía de tener para ser considerado como bien adaptado en el contexto lúdico-cine-matografico de aquel tiempo y que mis papás me compraron para evitar que cayera en coma de aburrimiento. Eran las vacaciones largas,mias y aparentemente las de Carolina también, así es que tiempo no faltó para que yo terminara enamorado de ella.
Una mañana de tantas estaba, como de costumbre,solo. Angelito acababa de mudarse. Yo jugaba en el estacionamiento,con la única compañía de mi espada, con la que intentaba eliminar a un imaginario Darth Vader. Oí los tacones de Carolina aproximadamente hacia mi.
Lo normal hubiera sido que Carolina no se percatara de mi existencia o, en el último de los casos, que me hiciera Hola con la mano, se subiera a su coche y se fuera de allí. Pero aquella vez se acercó a donde yo estaba. Llevaba puesto un traje café de pantalones que le sentaba casi tan bien como su uniforme de aeromoza. Me dio pena que se diera cuenta de mi juego, así es que interrumpi mis belicosos diálogos, escondo la espada tras de mi ( cosa inútil, porque veinte centímetros del arma sobresalían de mi cabeza) y me le quede viendo.
—Hola—dijo ella.
Yo traté de decir hola también, pero no me salió el asunto verbal y se lo hice con la mano. Hizo un vano intento de plática, mientras yo trataba de forzar la conexión entre mi cerebro y mis labios,pero lo único que logre a manera de saludo fueron cachetes rojos y una sonrisa muy amplía. Carolina me sonrió también, escarbo en su bolsa y sacó un objeto que de momento no reconocí.
—Toma—dijo, extendiendomelo.
En ese entonces no existían los anuncios de televisión donde le recomiendan a uno que se cuide a si mismo y no acepte regalos de extraños, de manera que tomé el objeto. No podía creerlo: era nada menos que un reloj de La guerra de las galaxias, el mismo que yo tenía varias semanas rogando a mi mama que me comprara en el tianguis. Estaba tan emocionado que se me olvidó la cortesía elemental y no le dije ni gracias.
—¿Te gusta?
—Si, me encanta—respondí con la esperanza de que su siguente frase no fuera:
—¡Que bueno, es para un sobrino mío de que tiene tu misma edad!
Pero no. El reloj no era para un sobrino, era para mi. Nunca supe por que me lo regalo. A tantos años del evento podría suponer que se lo regalaron a ella, o se lo encontró o, en efecto, se lo compró a un sobrino que finalmente no la invito a su fiesta de cumpleaños. Pero entonces no sólo crei, sino que estaba seguro de que Carolina tenía un interés romántico conmigo.
Es claro suponer que fue lo que me pasé haciendo los siguentes dias: intentado sacarle al menos un sonido decente al violín que mi papa me había regalado. Aunque sabía que esas vacaciones no eran mucho tiempo como para convertirme en un gran violinista y hacer que Carolina encabezara esa larga lista de mujeres que caerían rendidas por mí, no tenía un cúmulo de opciones.
Tampoco eran muchas las cosas que podía hacer para demostrarle a Carolina mi agradecimiento por el regalo. Pero si podia tirar su basura un día si y otro no. Esto más que nada era un pretexto para verla, lo cual nunca había ocurrido con mucha frecuencia, ya que la mayoría del tiempo ella estaba de viaje. Durante esas vacaciones, la vi un día si y otro no. Ella, si estaba en fachas para recibirme, me invitaba un vaso de refresco o de leche con chocolate, y yo todas estas señales de amabilidad las seguía interpretando dentro del mismo contexto romántico que lo del reloj.
Y fue en una de esas invitaciones que Carolina destruyó mi futuro como virtuoso del violín. Habiendole dado apenas un trago a mi choco milk, escuche la devastadora frase:
—¿Oye, y tu que andas mucho por ahí, no sabes que son esos rechinidos tan raros que suenan por todo el edificio en las tardes?
Naturalmente dije que no tenia la menor idea, mientras casi podia ver como mi ego quedaba embarrado en el piso de su cocina. Sin embargo, una vez superado el asunto del ego me sentí muy aliviado, porque esas sesiones de violín se estaban convirtiendo en un infierno para mi y, obviamente, para todos los habitantes del edificio que tenías oidos.
Yo pensaba todo el tiempo en Carolina, y el simple hecho de hacerlo le quito lo aburrido a esas vacaciones. Empecé a relegar a Darth Vader de mis juegos imaginarios y a poner en su lugar a la princesa Lea, cuyo papel, por supuesto, hacía Carolina, que a decir verdad era bastante más guapa que la actriz que la representaba en la película.
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Historia sobre un corazón roto..y tal vez un par de colmillos
RandomAlfaguara Juvenil M.B. Brozon