La GAPAPC estaba dentro de un edificio moderno,elegante,que me hizo pensar de entrada que la señorita del teléfono y yo no nos habíamos entendido cabalmente. Cargué al perro para entrar. Uno de los dos policías que custodiaban la entrada me pidió que llenara la hoja de registro y que le dejara una identificacion, que yo no tenía.
-Nop.No pasa-dijo el policía.
Yo eh de haber puesto cara de suicida en potencia,porque rápidamente el policía cambio de parecer.
-Si-alcanse a escuchar que le decía al otro-,se ve que el perro esta re malo.
Lo que vi al entrar al salón fue mas allá de lo que me había imaginado, que ya de por si era que me iba a encontrar con una bola de chiflados.
El grupo,en ese momento,estaba compuesto por dos perros más,una french poodle que había dejado de comer porque los dueños se habían cambiado de casa y un pastor alemán que se negaba a comer sobras.
Había también un par de peces que no podían estar juntos sin intentar matarse, un gato que rasguñaba a todas las visitas y una iguana cuyo problema no llegué a conocer porque tuve que irme antes de que terminara la sesión.
El grupo lo dirigía una mujer estrafalaria,cincuentona,que pacientemente preguntaba a cada uno de los dueños el problema de sus mascotas.
Cuando entré, la señora pidió que todos guardaran silencio.
-¡Ay,pero si tenemos un nuevo miembro, deveras! Monada de perrito,porque es perrito,¿verdad?
-No,es una rata albina-me dieron ganas de contestar,pero no-.Si,es perrito.
-Y una monada de dueño,muy bien.¿Cual es el nombre del animalito?
-Ramon-dije,pensando en la terrible posibilidad de que alguno de los dueños de aquellas mascotas así se llamara,pero contento de que a mi también me aplicaran el término "monada". En cualquier otra circunstancia me hubiera parecido ridículo, pero ahora mi autoestima lo kecesitaba. Y no,nadie se quejó ni se sorprendió demasiado con el nombre del perro.
Y tal vez aquello me hubiera parecido divertidisimo si me importara un rábano que no me fuera a servir en absoluto. Yo no sabía nada sobre Ramón, ni cual era su edad,ni que comida le gustaba,ni si ya lo habían cruzado,ni nada de nada. Así es que, a falta de poder responder a ninguna de las preguntas que me estaban haciendo,conté las circunstancia que me habían llevado hasta allí. Pronto pasé a ser yo el objeto de análisis, a todas aquellas personas parecía importarles más que yo tuviera un amartelamiento con mi vecina y no que Ramón fuera adicto a los somníferos. Y también, como yo si sabia mi edad,la comida que me gustaba y si ya me había cruzado o no,era mucho más fácil hablar de mi que de el.
El muchacho de los peces me dijo que no perdiera mi tiempo,que las niñas de ojos verdes se fijaban en muchachos más grandes.
La dueña de la french que no comía a causa de la mudanza contó a su vez de un romance,fallido por cierto,que había tenido como un vecino.
La señora que dirigía la discusión no opinó nada sobre el asunto,parecía no estar muy contenta,e incluso dijo que ese grupo de apoyo era para animales,que los dueños podían hacer cita con un psicólogo para humanos. Supe entonces que era el momento de hacer mutis, intenciones que fueron captadas por la señora,quien me dijo:
-Necesitas traer al paciente tres veces a la semana, al menos por cuatro meses.
-¿Tan mal está?-preguntó el muchacho de los peces.
-Las adicciones son dificiles-respondio la señora.
No me molesté en replicar nada. Sospechaba que era ultima vez que veía a esas personas.
-Bueno,pues de parte de Ramón y de Nadia y mia, muchas gracias-dije,y salí rápidamente de ahí. Pero no tan rápidamente para esquivar a la señorita de la sala de espera,que me pidió cincuenta pesos. Era una cantidad bestial de dinero,que por supuesto yo no traía conmigo.
Escarbe todos mis bolsillos sabiendo que lo único que podía encontrar allí era una moneda de diez pesos y las llaves de mi casa.
-Es todo lo que tengo - le dije a la señorita extendiendo la moneda. Ella la tomó como si en vez de una moneda estuviera agarrando un gusano.
-Usted....es...-empezó a decir revisando su cuadernito-El señor Sebastian, ¿si?
Si no fuera tan torpe hubiera dicho que no. Pero dije que si.
-Muy bien. Ya oirá de nosotros-dijo la señorita a manera de despedida,pero en un tono que me hizo echarme a temblar y a maldecir la hora en que había dejado mi numero de teléfono al pedir la cita.
Cuando Luis Esteban me abrió la puerta ,yo seguía haciendo cuenta. La tal terapia,si es que hacia caso de lo que me había dicho la señora,me iba a costar, al menos,trescientos y tantos pesos. Y mi hermano al abrirme se echó a reír de nuevo. Yo empezaba a tomar eso como algo personal.
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Historia sobre un corazón roto..y tal vez un par de colmillos
De TodoAlfaguara Juvenil M.B. Brozon