Joaquin sabía que Emilio no tendría problema alguno para preparar los papeles que le exigiera en tiempo record. Con sus contactos y su influencia, ya debían hasta estar prontos.
La tienda estaba llena, con muchos pedidos atendidos por teléfono, muchas personas entrando para escoger sus regalos. Pequeños floreros, cestos, buques para una visita a un hospital, rosas para novias. Las opciones eran diversas y variadas.
Joaquin preparaba un bello arreglo con juta y papel celofán, cuando el timbre de la puerta sonó por vigésima vez. Irguió su mirada para recibir al cliente y se deparó con Emilio, que observaba sus gestos. Sabía muy bien lo que quería, no tenía la menor duda. La fuerza de su personalidad lo amedrentaba. Por un instante, Joaquin interrumpió el movimiento de sus manos y se quedó con la mirada presa de él.
Enseguida, bajó la cabeza, mirando el spray dorado que utilizara momentos antes, en realidad sin nada en mente. En un impulso, consiguió dar los toques finales al buqué, arreglando los últimos lazos y prendiendo la tarjeta. Cuando lo colocó en la mesa de entregas, oyó la voz de su marido.
- ¿Estás pronto?- dijo Emilio mirando directamente a Joaquín.
Él hablaba con suavidad, pareciendo prestar atención a una mecha rubia, que volvía a soltarse de su cola de caballo, Emilio nunca lo decía pero amaba el look "desaliñado" que tenía su marido, que su cabello fuera tan castaño con destellos rubios lo hacía lucir increíblemente más hermoso.
Joaquin intentó encararlo con frialdad - Salgo a las seis de la tarde.
El clima de la sala cambió de repente. Se podía casi palpar la tensión en la atmósfera. Los ojos de él se estrecharon en un brillo amenazador.
- Te puedes esforzar un poco más.
- La tienda está llena. -consultando el reloj, completó: - Estoy seguro que puede aguardar algunas horas.
Claro que él podría. Entre tanto, no parecía inclinado a someterse a la evidente manipulación de Joaquín.
-Una hora. -Emilio le dio la espalda y se fue.
Ni bien pasó el vano de la puerta, la mujer de Stiff, que oyó la conversación, se dirigió a Joaquín.
-¿Estás loco?- dijo ella.
- Creo que sí... -Joaquin concordó, procurando parecer controlado, Valiente, también.
-Admiro eso en una persona- dijo la señora.
Joaquín era un tonto si creía que podía vencer a Luis Emilio Geller ¡Pero el hecho de que él creyera que tenía el derecho de dictar los términos y que él los aceptaría sin discusión lo dejaba enloquecido! ¡¿Cómo podía ser tan prepotente?!
- Es una pena perderte, querido. Estábamos comenzando a conocernos.
- Tal vez vuelva en breve. -Joaquin sonrió, con buen humor.
La señora le ofreció una larga sonrisa.
-Dudo que el muchacho lo deje alejarse de nuevo. Si quieres, puedes irte, yo consigo encargarme del resto. -con las pupilas brillando con malicia, completó: - No estoy en contra de una buena provocación.
¿Estaría sugiriendo que Joaquin no estuviese allí cuando Emilio volviera? -Eres una malvada...
- Buena suerte, angelito. Si apareces de nuevo por estos lados, no dejes de llamarme.
Le llevó cinco minutos a Joaquín llegar al apartamento y correr a la heladera en busca de agua helada. En treinta segundos, ya estaba desnudo y debajo de la ducha.