El nuevo día trajo consigo una sensación de vida nueva, de nuevos inicios. Joaquin se levantó temprano, tomó un baño y se sintió pronto para correr y saltar. Pero estaba la rutina del hospital, que era obligada a seguir. El obstetra vino a verlo, él comió un saludable desayuno y conversó con las enfermeras. Tenía que esperar hasta las nueve, cuando Emilio llegaría para llevarlo a casa. Martín estaba en el garaje cuando el Mercedes pasó por el portón, y abrió sin demora la puerta de pasajeros, mientras Emilio daba la vuelta al vehículo.
-Es bueno verlo en casa, sr... Joaquin.
-Si osas llamarme por otro nombre, no sé lo que haré contigo.
- Muy bien.
Joaquin continuó mirándolo, esperando la respuesta. -Sólo Joaquin -reafirmó, gentil.
-Perdiste tu armadura, Martín. - Emilio lo precedía puertas adentro. El mayordomo escondió una sonrisa desanimada.
-Entonces deberé reencontrarla.
-¿Está todo en orden por aquí?- Martín inclinó la cabeza. -Sólo falta que Joaquin verifique qué más quiere en la maleta.
Él paró en medio de la escalinata.
-¿Maleta?.
Emilio lo enlazó por la cintura y lo condujo hacia arriba. -Vamos a pasar algunos días en la casa de la playa.
-¿Pero puedes dejar la oficina?.
-El mundo no se parará si no aparezco algunos días.
-No, no lo haría. - Pero Emilio hasta entonces nunca percibió eso.
[...]
Entraron en la espaciosa suite, y Joaquín se sintió feliz por apreciar la familiaridad del ambiente. Las dos maletas estaban recostadas en la cama. Una cerrada, la otra vacía. El laptop de Emilio se encontraba en el piso.
Emilio lo giró en sus brazos e inclinó la cabeza al encuentro de Joaquín, besándolo. Joaquin quedó excitado, pero él interrumpió las caricias.
-Arregla tus cosas, pedhaki mou. Sino no iremos a ningún lugar tan temprano.
Emilio estaba en lo cierto, y Joaquín sabía que tenían mucho tiempo por delante. Así, escapó de sus brazos y se encargó del equipaje. En menos de una hora, llegaban a la casa de la playa, en verdad un magnífico solar, construido a apenas algunos metros de la arena.
Las paredes externas estaban hechas de vidrio templado, y las palmeras y los arbustos garantiza la privacidad de la propiedad al mismo tiempo que decoraban la vista maravillosa y tranquila del océano. Martín estuvo allí poco antes, y dejó provisiones en la heladera, leche fresca, jugo pronto y todo el lugar limpísimo.
-¿Qué te parece caminar por la playa?- dijo Emilio.
Joaquin se volvió hacia él y le tomó la mano, para, juntos, salir a recorrer el camino entre las palmeras, siguiendo hacia la arena blanca, que se encontraba con el agua salada.
El día era espléndido. Caliente, el sol brillando, poquísimas nubes en el cielo. Encontraron la playa vacía y, para Joaquin parecía que sólo estaban ellos dos en el planeta. Siguieron lentamente la línea de las aguas hasta las grandes piedras, que marcaban su final.
Había muchas preguntas que Joaquin quería hacer, pero titubeaba en comenzar, receloso de quebrar el encantamiento que vivían. Pasaron tanto en aquellos últimos meses, tantos malos entendidos, tantas falsas impresiones, ¡mentiras y acusaciones!. Una persona no podía volver atrás, deshacer lo que dijo o hizo.
Existía apenas una dirección, y era para adelante. Aunque algunas actitudes del pasado pudiesen afectar el futuro si no eran confrontadas y resueltas. Sólo entonces surgiría la posibilidad de seguir avanzando.