Salvados Por La Campana (Cap 4: Bautismo)

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(Narra Jorge)

(Mateo 28, 19:

19Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo;)

Hoy, Rodrigo y su queridísima familia habían recibido una grandiosa noticia, pues Ramiro, un amigo íntimo, desde hace mucho, estaba a punto de bautizarse tras haberse iniciado en el Catecumenado, y en los misterios de la Única Fe Verdadera, la Católica.

Por desgracia no todo estaba tan claro y meloso, como si se tratara de un cuento de hadas: el chaval tenía serias dudas sobre su religión y su identidad como cristiano, y por si no fuera suficiente, unos amigos suyos, falsos como se podrá ver a continuación, le intentaban persuadir de que no siguiese por los caminos de Cristo, y regresase a la ruta de la perdición como antaño. Pero en esta historia, Rodrigo tomará parte en la contienda, en este tira y afloja entre el bien y el mal, para traer a Ramiro al camino hacia Roma.

Demos origen a esta maravillosa historia, no sin antes retroceder algo en el tiempo, para meditar en la historia de cómo encontraron un padrino para Ramiro.

El tímido rapazuelo carecía de íntimos lazos con algún amigo o familiar que fuese católico, y no podía escoger, por tanto, a ninguno que ocupase tan honorable puesto en su travesía hacia el Paraíso, la Patria Celestial. Rodrigo preguntó a sus compañeros de clase por sus parientes, pero ninguno accedió, temiendo a Ramiro, que hasta hace bien poco, no era trigo limpio, y también, a las represalias de su pandilla, en caso de volver a los viejos tiempos.

Quiero resaltar, que para esta tarea, se rebuscó cielo y tierra hasta dar con el indicado, y es poco decir que costó mucho.

(1 Corintios 4,17:

17Por ello os he enviado a Timoteo, hijo mío querido y fiel en el Señor, el cual os recordará mis normas de conducta en Cristo Jesús, conforme las enseño por doquier en todas las iglesias.)

Finalmente, un día como cualquier otro, regresó de un largo viaje a la ciudad, un laico que tenía fama de santidad en Villa Miau Miau. Su nombre era Dédalo. Rodrigo vio la oportunidad perfecta, le venía como anillo al dedo, el pedirle que fuese padrino.

Rodrigo, uno de los que primero que se enteró, fue a pedirle que tuviese por ahijado a Ramiro.

El sujeto, en cuestión, estaba sentado en un banco del parque, alimentando a las palomas con migajas de pan. Rodrigo pensaba que era un anciano, pero era imposible de confirmar, pues su rostro estaba velado por una negra capucha, con la que iba de incógnito, que le daba un aspecto imposible de descifrar.

Nuestro protagonista, se sentó en la misma banco, junto con Ramiro, que había acudido a la cita, y se dispusieron a conversar con él:

-¿Es usted Dédalo?- preguntó Rodrigo.

-Yo soy el que buscas, y sé a que has venido, conozco todo lo que ocurre incluso antes que vosotros. Habéis venido a buscarme para que sea el padrino de uno de vosotros, el tal Ramiro - deduce.

-¿Accederá usted a nuestra petición?- preguntó Rodrigo.

-Que rompa sus cadenas lo primero de todo, sus amigos, no son a su vez los del Cristo Vivo y Resucitado.

-¿Como sabe usted eso, si solo ha regresado hace unas horas? - preguntó Ramiro.

-Un don de Dios, simplemente- responde Dédalo a la vez que levantándose del banco, se aleja caminando, con una sonrisa en su semblante.

Rodrigo y Ramiro se quedaron pensando, patidifusos, ¿es probable que ese gato tuviera poderes sobrenaturales?

Ramiro sabía de sobra a lo que se refería Dédalo: seguía juntándose con malas compañías, y el que con lobos anda, aprende a aullar. Incluso no había roto todavía con su novia, con la cual había cooperado en unas tropelías incalculables.

Rodrigo en la Villa Miau Miau (Cuentos infantiles Católicos) (COMPLETADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora